viernes, 12 de diciembre de 2025

Restaurar en clave gatopardiana

 





Hay novelas que, sin hablar de arquitectura, dicen más sobre la restauración que muchos tratados técnicos. Il Gattopardo, de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, es una de ellas.

En medio del derrumbe del viejo orden siciliano, Tancredi formula una frase que ha sido interpretada a menudo como cinismo político, pero que encierra una verdad mucho más profunda:

«Se vogliamo che tutto rimanga com’è, bisogna che tutto cambi».

Si queremos que todo permanezca, es necesario que todo cambie.

Leída desde la restauración arquitectónica, esta afirmación resulta sorprendentemente precisa. Porque restaurar no consiste en congelar un supuesto “estado original” —concepto frágil, a menudo imposible de demostrar—, sino en garantizar la continuidad de una presencia en el tiempo. Un edificio no sobrevive por inmovilidad, sino por su capacidad de adaptarse a nuevas circunstancias sin perder su sentido.

En toda restauración cambian muchas cosas: los usos, las normativas, las condiciones técnicas, la manera de recorrer el espacio, incluso la mirada de quienes se acercan al monumento. Cambia la funcionalidad, cambia el contexto, cambia la sociedad que lo habita. Y sin embargo, cuando el trabajo está bien hecho, algo esencial permanece.

Permanece la presencia del edificio.
Permanece su capacidad de producir memoria.
Permanece su influencia silenciosa en la vida cotidiana de las personas.

Después de una intervención que, en apariencia, lo ha transformado todo, el monumento sigue estando ahí, reconocible, activo, necesario. Ya no es exactamente el mismo —como la Sicilia del príncipe de Salina—, pero sigue siendo él.

Por eso desconfío tanto de la restauración entendida como fetichismo material o como negación del tiempo. Restaurar no es impedir el cambio, sino gobernarlo. Aceptar la historia, asumir las capas, intervenir lo justo, cambiar lo necesario, para que lo esencial pueda seguir existiendo.

En ese sentido, la restauración es un acto profundamente contemporáneo y, también, profundamente ético: no busca devolver el pasado, sino permitir que el pasado siga teniendo futuro.

Quizá, al final, restaurar no sea otra cosa que aplicar con rigor y responsabilidad esa vieja intuición gatopardiana: cambiar las formas, las técnicas y los usos… para que la presencia, el recuerdo y la influencia del monumento sigan vivos.

LC, París, diciembre 2025. 

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