{Por Jack Babiloni, 17 de noviembre de 2009}
Si la arquitectura es buena, quien la escucha y la mira siente sus beneficios sin darse cuenta.
Carlo SCARPA
Carlo SCARPA
Se cumplen estos días veinte años justos (segunda semana de noviembre de 1989, según manuscrito recién consultado en mi cuaderno de taller), del día en el que tropecé con una monografía sobre Carlo Scarpa en la biblioteca de la Facultad de Bellas Artes de Madrid. Durante el curso previo, mi primero allá, yo ya había resuelto que si realmente quería aprovechar algo en aquel anacrónico antro, debía plantearme escapar de las horas lectivas canónicas y gozar de un autoelegido encierro en el insultantemente nimio (pero suculento) fondo de aquella biblioteca, sólo interfiriendo tal estrategia con esporádicas escapadas a la cafetería del mismo centro, en la que por aquel entonces se concitaban en tertulias bizantinas sólo los alumnos talentosos, quizá con la implícita e impronunciada concepción de que escapar de aletargados profesores mediocres y resentidos es manera tan loable como cualquier otra de adquirir criterio plástico.
Antes del parón lectivo de aquel mediodía otoñal, yo ya había hojeado con devoción incrédula, y hasta con extrañeza intelectiva, las reflexiones y fotografías arquitectónicas de aquel mamotreto sobre Scarpa. Desde entonces aquel abuelete sonreidor sigue siendo el indesbancado arquitecto por el que más aprecio siento de toda la historia de la arquitectura (occidental, se entiende; otro día hablamos de las estupas budistas o los templos camboyanos), por millares de evidentes razones altamente subjetivas y diez o doce centenares de otras, indiscutiblemente conmovedoras, que ingresan al italiano no ya en la nómina de escasos arquitectos con sensibilidad antipirotécnica sino, quizá, lo conminan a reinar a solas en semejante categoría.
Las primeras razones de mi simpatía biorrítmica por su obra quizá tengan que ver con que a sus veinte años de edad ya hubiera obtenido su licenciatura de Arquitectura con mérito de profesor en dibujo arquitectónico por la Real Academia de Bellas Artes de Venecia, mostrando con semejante celeridad académica un precoz talento hacia lo irrelevante, más tarde aderezado con su negativa a ejercer la arquitectura hasta cumplir los 41; en los 14 precedentes prefirió aceptar el cargo de director artístico de la firma Venini, por entonces la más reputada en el campo del cristal veneciano. De esta etapa nacen, sin duda, sus ya legendarias preferencias hacia el trabajo de los artesanos -en este caso a los de Murano, pero no sólo- antes que al de los técnicos proyectistas, con la irrebatible premisa de que primero-se-conocen-los-materiales-y-luego-se-aplican, en clara contradicción con la mayoría de arquitectos e ingenieros coetáneos, que seguían la senda antónima, dejándose llevar por modismos esteticistas o torpezas experimentadoras. De ahí que muchas obras de su admirado Lloyd Wright, verbigracia, se estén cayendo a trozos desde hace años, extremo nada alarmante si no fuera porque lo primero que ha de pedírsele a un edificio es que contradiga las leyes de Newton o, al menos, se mantenga honrosamente en pie. Esto, obviamente, no quiere decir que la obra de Wright desmerezca admiraciones, todo lo contrario; es sólo que los promotores suelen encajar mal la inyección de capital rehabilitador en obras apenas construidas lustros antes, amén de que, por supuesto, Lloyd Wright sería el mejor arquitecto del siglo XX si un sesenta por ciento de sus obras hubieran esperado veinte años a ser construidas, previo estudio pormenorizado de tensiones y momentos del material y otras rutinarias comprobaciones tecnológicas de becario de laboratorio.
Pero sin duda lo que más me atrajo de la obra de Scarpa fueron dos circunstancias poéticas, que veinte años después permanecen invariadas en mí: la primera, su devoción por lo inejecutado, por lo inconcluso, por la lentitud; en definitiva, su apuesta por un concepto absolutamente obviado por la historia de la arquitectura occidental canónica (hoy no es día de hablar de Outsider Architecture) y sólo apuntado parcialmente en según qué momentos por contrastados autores como Siza o Sáenz de Oíza, cual es el del antihermetismo del proyecto, su continua permeabilidad a ulteriores modificaciones, respetuosas con la idea de tránsito creativo, de paseo conceptual continuado. La segunda circunstancia, la más relevante para mí, es su desprecio por el hábito, su concepción de que el proceso de ejecución de la obra ha de ser íntimo desarrollo de la experiencia constructiva, algo así como la solidificación romántica del acto de tomar decisiones sobre el terreno, tales como la introducción de fragmentaciones en las texturas, detalles técnicos que quiebran la uniformidad de planos matéricos globales y el concitado de efectos de luz, texturas, materiales y disposiciones espaciales que generan efectos de potencia lírica, antes que de presencia objetual.
El trabajo de Scarpa en ciertos museos (al que él se refería con el peligroso sustantivo de decorazioni) fue un prodigio dialéctico entre continente y contenido, pues no sólo dignificó esta disciplina sino que le consiguió bruñir una nueva dimensión más allá de la arquitectura de interiores, locución eufemística utilizada casi siempre cuando queremos dar categoría a un cierto tipo de vacua y manierista ornamentación de ambientes; algo así como una actividad menor a la que se dedicaban, y se siguen dedicando, ciertos arquitectos que no dan el salto a planificar obra propia. Esta ineptitud de algunos posibilita la memez intelectual de otros, por lo común ciertos arquitectos de renombre que sostienen que rehabilitar o compartimentar lo ya construido es descender un peldaño en el escalafón.
Si algo me sigue enseñando Scarpa es que el arte jamás puede caer en la comodidad del canon, la pereza de lo ya observado, la tranquilidad de lo conocido, la uniformidad de actuación. Quizá no sea casual que sólo le hicieran falta 11 proyectos para entrar en la historia del arte (con sólo uno, su Panteón de la familia Brion, ya lo habría hecho), amén de que son escasísimos los clientes o promotores arriesgados que desean que sus encargos participen de un concepto y aún lo son menos los que ceden sus presupuestos para intentar que la edificación exprese ideas, en lugar de generar sólidos esteticistas o interiores de relleno.
Recuerdo que en un primer momento me extrañó que esa monografía sobre Scarpa anduviera por los anaqueles de la biblioteca de Bellas Artes. Sin embargo, tras hojearla comprendí que cualquier dibujo de Scarpa puede competir con ciertos de De Kooning, Giacometti o Picasso de intención metamórfica, sin ninguna duda. Contemplar los dibujos de Scarpa fue asistir a la congelación de un pensamiento activo, al solapamiento de sucesivas decisiones sobre la marcha, a la estratificación de la búsqueda de un criterio; más allá de un horror vacui de interferencias, sus dibujos me siguen resultando radiografías del proceso creativo sin rigideces ni trampas, del posicionamiento gráfico de alguien que encaraba sus proyectos con recelo de lo ya relatado, aun por él mismo en propias obras previas. Quizá también por eso, los dibujos de Scarpa han sido tan nefastamente tratados por hagiógrafos del rictus de la plumilla o apologistas de la minucia, ya que para aprender a disfrutar de ellos hay que empezar por negar hábitos, coordenadas y reglas ya nacidas y así ingresar en el respeto por la regla por nacer. De este nuevo canon impensado se infiere un concepto superior: todo proceso sin interrogantes corre el riesgo de nacer débil.
Ningún camino corto lleva lejos, reza el proverbio zen. Parece inazaroso que Carlo Scarpa eligiera Japón para morir.
Ningún camino corto lleva lejos, reza el proverbio zen. Parece inazaroso que Carlo Scarpa eligiera Japón para morir.
PROYECTOS de Carlo Scarpa
1928 Decoración interior de Vetrai Muranesi Cappellin & Co., Florencia, Italia.
1953-1960 Reforma del Museo Correr, Venecia, Italia.
1954-1956 Reforma de Ca' Foscari, Venecia, Italia.
1954-1956 Decoración de las salas de los Uffici, Florencia, Italia.
1955-1957 Ampliación del Museo Canova, Possagno, Italia.
1955-1961 Casa Veritti, Udine, Italia.
1956-1964 Museo Castelvecchio, Verona, Italia.
1957-1958 Decoración sala de exposición y ventas de Olivetti, Venecia, Italia.
1969-1978 Panteón de la familia Brion, San Vito d'Altivole, Italia.
1970-1983 Fundación Masieri, Venecia, Italia.
1973-1981 Banca Popolare, Verona, Italia.
Copyrights fotos: mg on design, Vaclav Sedy, Archivio Castelvecchio y Creative Commons.
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