Hace ya días que quería hablar de uno de los profesores que más admiré durante mi época de estudiante en el Master de Restauración y Rehabilitación del Patrimonio de la Universidad de Alcalá: Antoni González i Moreno-Navarro, por aquel entonces Arquitecto Jefe del Servicio de Restauración de la Diputación de Barcelona.
En un país, España, en que son muy pocos quienes escriben con intención de abrir nuevos campos de investigación o de pensamiento crítico hacia las tendencias teóricas que pudiéramos entender como clásicas, Antoni se atrevió a proponer una manera de afrontar la intervención desde un punto intermedio entre los que intervienen con un exceso de protagonismo proyectual y los que lo hacen con veneración castrante.
Se conoce el método de Antoni González, heredero y comprometido con el restauro crítico (1963) de los italianos Cesare Brandi y Roberto Pane, con el nombre de restauración objetiva y se basa en dos principios fundamentales: considerar que el objetivo genérico de la restauración es proteger el triple carácter (arquitectónico, documental y significativo) del monumento y, en segundo lugar, tratar de mantener la herencia tanto del creador original del monumento como de la sociedad en la que surgió, pero sin renunciar a un lenguaje arquitectónico propio y contemporáneo y, cuando sea necesario, efectuar readaptaciones a nuevos usos.
Las fases esenciales del método de restauración objetiva son cuatro: el conocimiento de la compleja naturaleza del monumento y de su entorno; la reflexión en la que plantear los objetivos, fines y criterios que guiarán la actuación; la intervención y, finalmente, el mantenimiento permanente posterior.
Antoni González suele recordar en sus conferencias las palabras del “Gaudí restaurador” (ver en este blog la entrada del sábado 7 de noviembre de 2009) :
“Hagamos arquitectura sin arqueología: … no debemos copiar las formas, sino estar en condición de producirlas dentro de un determinado carácter, poseyendo su espíritu”.
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