Los edificios, a lo largo de su biografía, acumulan cosas. En la mayoría de los casos, adiciones sin fundamento, trastos, reparaciones improvisadas, distribuciones incoherentes, añadidos. Eliminar el desorden es lo que yo llamo “restaurar por sustracción”, y en eso aprovecho interesadamente una de las más consensuadas acepciones de la palara “restaurar”: recuperar, recobrar, volver a poner una cosa en el estado o estimación que antes tenía. Aunque, sinceramente, por muy aceptada que esté, esta definición está muy alejada del concepto de restauración que defendemos en el estudio.
¿Por qué motivo es correcto devolver una cosa al estado que antes tenía? ¿Antes de qué? ¿Antes de cuándo? En múltiples veces hemos visto documentos o requerimientos administrativos (redactados incluso por doctas y competentes “comisiones de patrimonio”) que confundían el “estado antes de las obras” con el “estado original”.
¿Existe en realidad un “estado original”? ¿Cómo es posible cumplir el mandado, tantas veces usado por la administración pública, de devolver el monumento a su estado original? ¿En qué momento una pieza de arquitectura deja de ser “original” para ser ya un edificio “manipulado”?
El término “restauración” es un concepto cambiante. Siempre fue así, pues en su esencia implica un planteamiento intelectual frente al concepto que en cada momento presente se tiene del pasado. Defiende el historiador Javier Rivera en varios de sus trabajos que bajo estas premisas, genéricamente, “restaurar” consistiría en “repristinar (de “prístino”, adjetivo que procedente del latín “pristinus” significaría antiguo, primero, primitivo u original) un producto arquitectónico, una obra de arte o una realización humana, por medio de cualquier intervención posible”.
La verdadera complejidad de esta definición se plantea ante el hecho de que la “arquitectura” tiene multitud de valores intrínsecos y por tanto, todos ellos (estéticos, religiosos y/o litúrgicos, históricos, políticos, documentales, artísticos, funcionales, o todos ellos a la vez), a veces de manera claramente contradictoria, son susceptibles de ser restaurados.
Un profesor me dijo una vez, y hoy estoy completamente de acuerdo con él, que “restaurar implicaba, invariablemente, destruir”.
Y es por eso que antes de borrar para siempre algo que allí existió prefiramos simple e inicialmente “eliminar el desorden” y esperar a ver qué pasa. A eso en nuestro taller de arquitectura lo llamamos “restauración por sustracción” e implica sencillamente eliminar todo aquello que genere desasosiego.
Luis Cercós (LC-Architects)
http://www.lc-architects.com/
El mencionado Javier Rivera es historiador y catedrático de Restauración de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Valladolid. Sus publicaciones e investigaciones en torno a la restauración de España le han convertido en uno de los mayores expertos españoles en esta disciplina.
¿Por qué motivo es correcto devolver una cosa al estado que antes tenía? ¿Antes de qué? ¿Antes de cuándo? En múltiples veces hemos visto documentos o requerimientos administrativos (redactados incluso por doctas y competentes “comisiones de patrimonio”) que confundían el “estado antes de las obras” con el “estado original”.
¿Existe en realidad un “estado original”? ¿Cómo es posible cumplir el mandado, tantas veces usado por la administración pública, de devolver el monumento a su estado original? ¿En qué momento una pieza de arquitectura deja de ser “original” para ser ya un edificio “manipulado”?
El término “restauración” es un concepto cambiante. Siempre fue así, pues en su esencia implica un planteamiento intelectual frente al concepto que en cada momento presente se tiene del pasado. Defiende el historiador Javier Rivera en varios de sus trabajos que bajo estas premisas, genéricamente, “restaurar” consistiría en “repristinar (de “prístino”, adjetivo que procedente del latín “pristinus” significaría antiguo, primero, primitivo u original) un producto arquitectónico, una obra de arte o una realización humana, por medio de cualquier intervención posible”.
La verdadera complejidad de esta definición se plantea ante el hecho de que la “arquitectura” tiene multitud de valores intrínsecos y por tanto, todos ellos (estéticos, religiosos y/o litúrgicos, históricos, políticos, documentales, artísticos, funcionales, o todos ellos a la vez), a veces de manera claramente contradictoria, son susceptibles de ser restaurados.
Un profesor me dijo una vez, y hoy estoy completamente de acuerdo con él, que “restaurar implicaba, invariablemente, destruir”.
Y es por eso que antes de borrar para siempre algo que allí existió prefiramos simple e inicialmente “eliminar el desorden” y esperar a ver qué pasa. A eso en nuestro taller de arquitectura lo llamamos “restauración por sustracción” e implica sencillamente eliminar todo aquello que genere desasosiego.
Luis Cercós (LC-Architects)
http://www.lc-architects.com/
El mencionado Javier Rivera es historiador y catedrático de Restauración de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Valladolid. Sus publicaciones e investigaciones en torno a la restauración de España le han convertido en uno de los mayores expertos españoles en esta disciplina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario