Leí ayer (ver imagen superior, EL PAÍS 11 de diciembre de 2009) que ya se encuentra en periodo de información pública la que dicen que será la mayor transformación urbana realizada en una gran ciudad europea. Y yo debería, por varios motivos, estar contento: aquí nací, aquí vivo, aquí estudié, aquí ejerzo mi profesión. Sin embargo, aún siendo consciente de que esta operación quizá salve la economía de gente vinculada a mi círculo de amistades, gente de la construcción (en todos sus estamentos, desde peones ordinarios hasta altos directivos) y del mundo de la arquitectura (desde delineantes que salvarán sus empleos hasta grandes y/o famosos arquitectos), no lo estoy.
No, no estoy contento. No estoy seguro de que esta operación sea buena para Madrid, la ciudad que es y que será también de mis hijos. O al menos, no estoy seguro de que éste sea un buen momento, ahora que estamos empezando a aprender a vivir otra vez en un mundo sin burbujas, alguien viene y nos la empieza a hinchar otra vez.
Política no es sólo una palabra más o menos ensuciada por la realidad. Política no es sólo una profesión. Política es la legítima actividad del ciudadano libre cuando interviene en los asuntos públicos con su opinión, con su voto, o de cualquier otro modo. Ejercer la política permite al menos poder decir que no, que no estamos contentos con lo que ocurre.
Según el último dato oficial disponible (Ministerio de la Vivienda, 2007) en España hay 7.719.122 viviendas no principales. De ellas, un 4’3% no susceptibles de ser vendidas por encontrarse en situación ilegal o alegal; un 12% no susceptibles de ser habitadas por encontrarse en condiciones precarias o de ruina; un 42’65% no susceptibles de ser habitadas de manera práctica, por encontrarse en núcleos poblaciones muy alejados o muy diseminados y, finalmente, un 10% (bien por su situación, bien por su tamaño, bien por sus características propias) que nunca podrían ser consideradas “vivienda principal, digna y adecuada, para una familia”.
Haciendo pues el oportuno ajuste, todavía en España habría 2.396.787 viviendas vacías (casas tristes por deshabitadas, que diría un buen amigo mío) que con una ocupación media de 2’69 personas por vivienda (no lo digo yo, sino el Instituto Nacional de Estadística), convertirían a esta Ciudad Abandonada (Philipp Oswalt, The Abandoned City, http://www.oswalt.de/) con sus 6.447.357 habitantes, en la más poblada de España.
“A día de hoy, los orígenes de la ciudad siguen siendo, en gran medida, desconocidos. Su historia empezó hace largo tiempo pero, durante siglos, aparte de algunos breves episodios, su tamaño no dejó de ser modesto. La primera vez que mostró una oleada de crecimiento fue en la década de 1970. … Los profesionales apoyan la tesis de que la Ciudad Abandonada se caracteriza por sus extremos: aunque contiene muchos edificios de calidad mínima, también cuenta con una proporción enorme de estructuras excepcionalmente buenas y comparada con otras ciudades, posee un mayor número de edificios históricos”.
El pasado 9 de diciembre mi mujer asistió en La Casa Encendida (http://www.lacasaencendida.es/) a una conferencia del profesor de economía y filósofo francés Serge Latouche (Vannes, 1940) y allí se incidió en la necesidad de poner en tela de juicio el crecimiento.
“La finalidad es, sobre todo, resaltar el abandono del descabellado objetivo del crecimiento por el crecimiento, cuyo motor no es otro que el de la búsqueda desenfrenada del beneficio de aquellos que poseen el capital. No se trata ni de volver al desarrollo (sostenible o no), ni de entrar en subdesarrollo, sino simplemente de salir del desarrollo; es decir, del imperialismo de la economía”.
Y en este estado de la cuestión, los madrileños vamos a iniciar las obras de urbanización de tres millones de metros cuadrados, donde alojaremos 16.000 viviendas nuevas en altura y construiremos, entre otros edificios, 20 de más de 20 plantas, 10 de ellos por encima de los 150 metros de altura.
No, lo siento. No estoy contento.
Luis Cercós (LC-Architects)
http://www.lc-architects.com/
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