En los próximos años una nueva generación de profesionales tomará el relevo del discurso arquitectónico. Pero no solo desde el ejercicio de la arquitectura sino también desde un gran número de actividades paralelas: el ensayo, la crítica arquitectónica, las artes plásticas clásicas (pintura, escultura), internet (o lo que quiera que le sustituya en un mundo que cada vez avanza más rápidamente).
El trabajo de los fotógrafos, en la medida en que su visión (a veces distorsionada) nos sugiere nuevas formas de observar el entorno construido, nos permite reflexionar desde puntos complementarios de vista. Traemos hoy parte de la obra de dos de ellos: un clásico consagrado, Günter Förg, y una joven realidad, Lara Almárcegui.
La serie de fotografías sobre la Bauhaus que en 1991 Günter Förg (Alemania, 1953) expuso en la Galería Schurr de Stüttgart, intentan explicar lo que muchos arquitectos consideran la cuarta dimensión de la arquitectura: el tiempo. Una cuarta dimensión que modifica tanto el producto arquitectónico en sí como el concepto que de ese producto van teniendo las sucesivas generaciones. Planteamiento al que tendremos que volver en sucesivas entregas cuando hablemos, por ejemplo, de arquitecturas perdidas o sobre la vulnerabilidad del patrimonio arquitectónico moderno. O cuando comentemos más detenidamente el tiempo respecto a la obra de arte y la restauración, título paradigmático de la Teoría de la Restauración de Cesare Brandi:
“… el tiempo, además de cómo estructura del ritmo, se encuentra en la obra de arte en tres momentos diversos, no ya bajo el aspecto formal, sino en el fenomenológico, cualquiera que sea la obra de arte de que se trate. Es decir, en primer lugar, como duración de la manifestación de la obra de arte mientras está siendo formulada por el artista; en segundo lugar como intervalo que se interpone entre el final del proceso creativo y el momento en que nuestra conciencia actualiza dentro de sí la obra de arte; en tercer lugar, como instante de esta irrupción de la obra de arte en la conciencia”.
Brandi reconoce que generalmente se tiende a confundir estas tres acepciones del tiempo histórico en la obra de arte, pues “el tiempo en que el artista vive podrá reconocerse o no en su obra, pero la validez de ésta (como obra de arte) no crecerá ni disminuirá un ápice por ello”.
Entre el tiempo en que el edificio de la Bauhaus fue construido por su entonces director, Walter Gropius, en 1925 y las fotografías de 1991, transcurrió un lapso de tiempo desconocido (por futuro) por los que allí recibieron e impartieron enseñanzas artísticas. Su cierre como escuela podría hoy considerarse desolador. ¿O quizá no, en la medida en que, por ejemplo, posteriores trabajos de James Dean no hubieran estado a la altura de sus tres míticas películas? El objeto fotografiado, en contraste con lo que hoy conocemos de su pasado, se nos revela así como testigo anciano y escéptico de lo verdaderamente irrebatible: y que no es otra cosa que entender que todo depende.
Si os parece, del trabajo de Lara Almárcegui, a la manera de los viejos folletines, hablamos mañana.
Luis Cercós (LC-Architects)
http://www.lc-architects.com/
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