Hablando de arquitectura y restauración, uno de los mayores pecados en los que hoy puede caer un estudio con intención creativa, no exclusivamente mercantilista, es en el historicismo, el neohistorismo o el falso historicismo, entendiendo por tales términos a las escuelas o tendencias que intentan recuperar el estilo arquitectónico, fundamentalmente decimonónico, también llamado romanticismo, que pretendía reinterpretar el ritmo y la composición de siglos y/o culturas anteriores.
Aunque podríamos hablar de neorománico, neobarroco, neoclásico, neomudéjar o incluso de neobizantino, el estilo historicista que más éxito alcanzó, sobre todo en las islas británicas, fue el neogótico. Desarrollado básicamente a finales del siglo XIX y a principios del XX, basta con recorrer con cierta atención nuestras ciudades y la obra de algunos arquitectos supuestamente ilustres, para encontrar en la segunda mitad del XX, nuevas versiones historicistas que nos permitirían hablar de neo-neo-románticismo, neo-neo-gótico o neo-neo-clásico. Pastiches concéntricos en la mayoría de los casos.
Viene al caso todo esto del reciente premio Nobel de Literatura 2010 para el gran narrador peruano Mario Vargas Llosa. Triunfador, guapo, cosmopolita (ha residido en América Latina, Nueva York, Londres, París y Madrid) y elegante Vargas Llosa. Poliédrico Llosa, en la medida en la que su literatura, quizá por eso tan fascinante, nos habla de todo lo contrario: de personas y personajes que terminan, por regla general, fracasando.
Ser liberal (o historicista) en el siglo XIX tenía una excusa. Gran excusa, en cierto modo, en la medida en la que aquel sistema político defendía las libertades civiles, la separación entre la Iglesia y el Estado, los principios republicanos, la división de poderes, la oposición a los despotismos y la defensa de la libertad, la igualdad de todos los hombres y la fraternidad entre los pueblos.
Pero ser neo-liberal hoy, de la misma forma en que algunos arquitectos pueden llegan a defender en la intimidad, no los ritmos y la composición, sino básicamente los recursos clásicos, está completamente desfasado.
Ser neo-liberal o ultraliberal hoy supone defender modelos de gobierno como los que representaron Carlos Menem en Argentina, Augusto Pinochet en Chile, Margaret Tatcher en Reino Unido, José María Aznar en España (y por extensión Esperanza Aguirre en la Comunidad de Madrid) o Alberto Fujimori en Perú. Y cierro la relación con Alberto Fujimori para enfrentarlo, maniquea e interesadamente (lo reconozco), con quien fue su contrincante en el único episodio conocido en el que Vargas Llosa fracasó: su intento de alcanzar la presidencia del Perú:
“Yo quise ser presidente porque el Perú se venía abajo. Fue sobre todo un sacrificio. Cuando perdí, no me entristecí, no fue una tragedia, como sería una tragedia una enfermedad que me impidiese escribir”.
Un magnifico narrador empeñado, como lo presentó ayer la portada de The New York Times, en ser “el escritor que examina los peligros del poder y la corrupción en América Latina”, la voz de su conciencia, la voz de nuestra conciencia.
O lo que es lo mismo, un verdadero pelmazo, neoliberal (el más ultraliberal del barrio). O parafraseando al capitán Haddock: historicista, que eres un historista (http://lc-architects.blogspot.com.ar/2011/11/proposito-del-capitan-haddock.html).
En cualquier caso, la concesión del Nobel es motivo más que suficiente para revisar, pongamos por caso, La ciudad y los perros, por eso de recomendar en este blog de arquitectura algo que tenga que ver, aunque sea remotamente, con el urbanita y las polis.
Luis Cercós (LC-Architects)
http://www.lc-architects.com/