IN MEMÓRIAM
(Osma-La Rasa, Soria, 21 de enero de 1918 – Madrid, 29 de octubre de 2010)
Hoy por la tarde, en el aeropuerto de Barcelona, he sabido, al comprar un diario tardío y vespertino, del fallecimiento de un hombre con el que me crucé varias veces cuando yo era niño: Marcelino Camacho Abad, quizá porque él vivía cerca de nuestra casa, quizá porque lo hacía alguien muy cercano a él.
Le recuerdo, cosas de niños, con el pelo cano y un jersey de lana grueso, aparentemente tejido por alguien de su familia, quizá su mujer.
Le recuerdo caminando solo, por la mañana, con la cabeza ligeramente inclinada hacia abajo, con aire cansado, con esa mirada perdida que tienen los hombres a quienes la vida o las circunstancias les han robado bienes que no se pueden recuperar: un poco de tiempo, muchas ilusiones, algunas esperanzas, parte de la infancia de sus hijos, recuerdos que se confunden con anhelos, días de sol.
Un día le vi con una barra de pan bajo el brazo.
Me llamó la atención, cosas de niños, que un hombre que salía en televisión tuviera tiempo para comprar el pan por las mañanas y le imaginaba recibiendo la misma orden que mi madre me daba a mí, de vez en cuando.
- Luis Francisco, baja a comprar el pan.
Qué curiosas resultan las cosas que quedan alojadas en la memoria de los niños. Instantes aparentemente sin importancia que quedan grabados en lo más profundo de nuestro ser.
Siempre me pareció Marcelino Camacho un hombre bueno y estoy absolutamente seguro de que lo era. El pasado 19 de septiembre lo mencioné con admiración en este mismo blog (http://lc-architects.blogspot.com/2010/09/sindicalismo-y-politica.html), pero no recalé en lo avanzado de su edad ni en lo deteriorado de su salud. Hoy he sabido que vivió los últimos años de su vida en un edificio de Majadahonda (Madrid), junto a su mujer, Josefina Samper, tras tener que abandonar el piso del barrio obrero de Carabanchel donde vivieron casi toda su vida por no tener ascensor.
Me apetece repetir hoy la frase que pronunció en 1973 tras pasar 9 nueve años en la tristemente célebre cárcel de aquel mismo barrio, acusado y juzgado por practicar dos actividades malignas prohibidas durante el franquismo: el sindicalismo y la política.
Ni nos doblaron, ni nos doblegaron, ni nos van a domesticar.
La España democrática le debe algunas cosas a este hombre.
En lo que a mí respecta, le debo el recuerdo de un jersey de lana gruesa, tejido a mano, regalo de alguien que nos quiere de verdad, símbolo y metáfora de lo que me gustaría llegar a ser alguna vez: un hombre bueno en el sentido más amplio del término, si la vida me da el tiempo, la suerte y la fortaleza necesarios para conseguirlo. Porque solos, lo que se dice solos, no podemos.
Luis Cercós (LC-Architects)
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