Jugador frustrado de voleibol, aprendiz de electricista, oficial administrativo, delineante, aparejador, restaurador de monumentos, estudiante de historia, ex profesor universitario, marino en la reserva y, quizá algún día, arquitecto.
De pequeño quiso ser como Errol Flynn. Por él, o tal vez con él, con las películas de los sábados, aprendió a montar a caballo, a bailar y a tirar con la espada. Tardó más de 30 años en entrar en la Escuela Naval, pero lo hizo. Como con la arquitectura, el mar le llegó por sorpresa.
Un día conoció al amor de su vida. Antes y después de eso, a partes iguales, los hijos fueron llegando, desde diferentes países, a medida que el tiempo iba pasando. Como rayos de luz en mitad de las noches. A todo eso se refiere siempre que alude a saber esperar el destino. Y como el destino le ha demostrado que lo quiere, confía en él; en el destino.
Es decir, que no estamos aquí por simple casualidad. Pero el caso es que estamos aquí. Por algo será. Por el momento con ella y que sea por mucho tiempo. Toda la vida, si es posible. La suya o la de ella, como diga el destino.
Pues eso: una vocación (la de ser feliz) y un destino (el de estar camino irreversible de serlo). Por mucho tiempo o por instantes, que lo mismo da.
Cosas, en cualquier caso, que aprendes con el tiempo.
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