La soñé de espaldas.
Ella no sabía que yo estaba allí y el caso es que tenía razón, pues yo realmente no estaba allí, sino que era ella la que estaba en mis sueños.
La vi de espaldas, mirando al mar.
Ella pensaba. Hablaba con el mar.
Y el mar hablaba con ella.
Los cabellos caían en desorden sobre su cuello.
De pronto, esos rebeldes cabellos, se transformaron en olas.
Y sus pies, antes tan hermosos, en blanca arena de playa.
Los pezones de sus pechos se transformaron en espuma y sus ojos en agua de mar.
La marea se la llevó momentáneamente.
Y a la siguiente ola ella volvió a la orilla, para irse y venir, siempre libre, cada vez con más fuerza.
No sentí tristeza al ver que se alejaba, pues sabía que siempre volvería de sus cortos viajes.
Viajes que eran parte de su propio ser.
Ser ola sin dejar de ser arena.
Ser espuma sin dejar de ser playa.
Ser feliz sin dejar de ser mar.
Cuando yo caminé también hacia la orilla y mojé mis pies en el mar de ella comprendí que así es el amor verdadero:
Dejar que el otro sea lo que tiene que ser y esperar a que vuelva cuando tenga que volver.
Como la marea.
Luis Cercós (LC-Architects)
http://www.lc-architects.com/
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