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sábado, 16 de abril de 2011
la delgada línea roja
Hoy van a jugar, Real Madrid y F.C. Barcelona, el primero de los 4 partidos que les enfrentará en las próximas 4 semanas. En juego, el Campeonato de Liga, la final de la Copa de España, un puesto en la final de la Liga Europea de Campeones. Vamos a suponer que uno de los dos equipos gane los 4 partidos. El perdedor, a ojos de la mayoría, habrá tirado por la borda toda la temporada y, sin embargo, aun perdiendo y objetivamente, será subcampeón (o incluso campeón de liga), subcampeón de la copa española y uno de los 4 mejores equipos del continente. ¿No es cierto entonces que la línea que separa el éxito del fracaso es, la mayoría de las veces, tan delgada que no depende de nosotros estar a un lado u otro de ella? Es algo que se aprende con los años, pero como los hombres no vivimos mucho tiempo (en el entorno de los 100, a lo sumo), no llegamos nunca a calibrar verdaderamente la importancia de lo vivido y de lo conseguido. No ya por nosotros, sino por los que están a nuestro alrededor. La fundación de tu propia familia, el ejemplo que has dado a tus hijos, la mirada de complicidad de tu esposa, las veces que te golpearon y te volviste a levantar, las veces que te arruinaste y volviste a comenzar. El pasado jueves, por ejemplo, les dieron las notas a mis dos hijas mayores. Notas que las clasifican cuando son todavía inclasificables: 9 años de vida, por Dios. ¿Es justo evaluar a todos los niños con el mismo rasero? Quizá sí, pero yo, sinceramente creo que no. En cualquier caso así funciona, desde hace demasiado tiempo, el sistema. Recientemente la presidenta de la Comunidad de Madrid, demagoga entre las demagogas, quiso profundizar todavía más en la brecha: el erudito al poder, un bachillerato especial para los que más destaquen http://www.elpais.com/articulo/madrid/Bachillerato/excelencia/elpepiespmad/20110410elpmad_8/Tes. Cachorros sin empatía emocional que pasan horas y horas estudiando materias que les transformarán, muy probablemente en futuros fracasados profesionales. Pero eso sí, habrán sido brillantísimos estudiantes. Yo, por ejemplo, no quiero números 1 académicos en mi taller de arquitectura. No quiero muchachos que sepan de corrido la lista telefónica (o cualquier otra) sino a jóvenes con capacidad de gestión, imaginativos y vividores. En la Escuela de Arquitectura de la Universidad Politécnica de Madrid (supuestamente la más valorada de España), el acceso sólo es posible con una nota media de bachillerato superior a 8’50 puntos sobre 10. Eso garantiza, supuestamente, que la Escuela estará llena de buenos estudiantes, pero la pregunta es, ¿se llenará o está llena de futuros buenos arquitectos? Si la arquitectura es una parte de la vida y considerando que nunca podrá hacer buena arquitectura quien no entienda la sociedad en la que vive, ¿cómo es posible diseñar bajo el yugo de la única, estricta y exigente excelencia académica? ¿garantiza el sistema que los preseleccionados puedan ejercer una profesión que, más allá de conocimientos enciclopédicos exige, fundamentalmente, una enorme colección de vivencias? Sí, ya sé que muchos de ellos saldrán de la escuela, no a diseñar sino a delinear, no a proyectar sino a tasar, no a crear sino a gestionar, no a levantar un estudio sino a opositar. O lo que es lo mismo, a perder su futuro y toda la temporada en el partido (ya sea de fútbol o cualquier otro examen de acceso, segregación o selectividad) que da derecho a seguir compitiendo. Luis Cercós (LC-Architects) http://www.lc-architects.com/
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