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domingo, 26 de junio de 2011
The Bad and the Beautiful (Vicente Minnelli, 1952)
A PROPÓSITO DE LO QUE ES IMPORTANTE Y LO QUE ES ACCESORIO
Cautivos del Mal (The Bad and the Beautiful, Vicente Minnelli, 1952, USA), es una película excepcional. La he visto multitud de veces, pero entre todos sus diálogos me quedo con la reflexión de Kirk Douglas cuando ve por primera vez la proyección de la película que acaba de dirigir, tras múltiples años y experiencia previa en la producción y en la dirección de su estudio de cinematografía (Shields Productions).
La película cuenta el ascenso y el descenso de Jonathan Shields (Kirk Douglas), desde que se hace cargo de la arruinada productora que hereda de su padre, “…no quiero conseguir loas de mi obra, sólo necesito hacer pelí¬culas que acaben con un beso y que me reporten pingües beneficios…”, hasta que implora la ayuda de sus viejos amigos, ahora queridos y añorados enemigos.
El fuerte carácter del protagonista y sus éxitos iniciales le hacen olvidar sus promesas y sueños iniciales, abandonando por el camino a los que él piensa que ya no le siguen o no le sirven.
Atacado por la soberbia y en lo más alto de su carrera, condicionado por una diferente manera de tratar una escena, despide airado, impulsiva e improvisadamente, al director de su producción más ambiciosa, pasando él a dirigir la película. La frustración que siente al ver el resultado final de su obra, es metáfora casi perfecta del proceso constructivo.
Los diálogos de Douglas (Shields) a los que aludo en el primer párrafo de esta entrada dicen, más o menos, así:
Una magnifica producción, un magnifico guión, un magnifico vestuario, una magnifica dirección artística, magníficos decorados, magníficas interpretaciones y una película deleznable. Mi enhorabuena al equipo. Mi pésame al director (él mismo).
La equivocación de Jonathan Shields fue tratar todas las escenas con igual intensidad y grandeza, no dejando al espectador descanso entre cumbre y cumbre. De la misma forma, en una pieza de arquitectura, no todo puede ser grandioso, por resultar permanentemente impostado y, en consecuencia, falsamente imponente.
El climax, la atmósfera, la magia, solo puede alcanzarse a través del respeto por un ritmo o por una composición que lejos de parámetros puramente académicos hoy en revisión, nos marquen una intención. No son los materiales o el importe del presupuesto lo más importante de nuestros proyectos.
Sólo la filosofía puede transformar nuestros encargos en obras de arquitectura.
Luis Cercós (LC-Architects)
http://www.lc-architects.com/
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