El 50’20% de las visitas que recibe este blog se realizan desde fuera de España y quizá, para quien nos sigue desde lejos de esta extraña y compleja península ibérica, resulte incomprensible el doble sentido que subyace tras el título del artículo de hoy.
Cuando los españoles hablamos de la España profunda, nos referimos a la España más rural, la más pobre, la más supersticiosa, la España dominada por la envidia, la España más negra, la que es capaz de matar o de morir matando. La España medieval, la España feudal, la España alejada del progreso y de la curiosidad. Hablar de España profunda es hablar de odios, de nacionalismos, de terrorismos, de ritos, de religión intolerante, de fanatismos, de caciques y de siervos, de ausencia de reflexión, de negación del diálogo, de individualismo frente a la cooperación, de amargura, de racismo, de machismo intolerante, de violencia doméstica, de ausencia de compasión, de falta de empatía.
Dicho esto tengo que añadir que no me interesa nada esa España profunda, pero ayer, viendo la magnífica entrevista que hace unos días realizó el periodista Iñaki Gabilondo a José Luis Sampedro Sáez (Barcelona, 1 de febrero de 1917) y admirando la velocidad y elocuencia con la que se expresaba este jovencísimo humanista de 94 años, me vino a la mente la acepción que sí me interesa del adjetivo profundo/a (lo que es intenso, lo que reflexiona, penetra o ahonda mucho, lo que dicho de una persona lo acerca a la filosofía, a la sabiduría o a la ciencia) y así pensé, no ingenua sino muy conscientemente que hay una España profunda verdaderamente interesante y está formada por personas capaces de insuflar en los demás ansias de libertad, de conocimiento y de lucha contra las opresiones, vengan de donde vengan y sean del signo que sean.
En esa España profunda, por reflexiva, por tolerante, por igualitaria y por fraternal, pienso que venerables ancianos, a la manera del consejo de sabios de la vieja Grecia, tienen mucho que decir. Recientemente se ha ido Semprún, pero todavía quedan vivos, entre otros muchos, Manuel Vicent y José Luis Sampedro.
Y yo, mientras interese a alguien lo que pueda volcar en este pequeño espacio que quiero de libertad, empezaré mañana mismo a revindicar las ideas que mis sabios, nuestros viejos sabios, proclaman.
La primera de ellas, solicitar ya, exigir a José Luis Rodríguez Zapatero, nuestro todavía presidente del Gobierno, como última opción de reivindicarse ante la historia y en línea con las valientes decisiones sociales que introdujeron a este país entre los más tolerantes (al menos legislativamente hablando) países del Mundo, más allá de su desastrosa y posterior gestión de la crisis (¡qué le vamos a hacer!), coraje para impulsar las dos decisiones que pudieran alejarnos definitivamente de la otra profundidad, la mala profundidad, la oscura profundidad que todavía nos aferra a la superstición religiosa más fanática (el concordado Estado Español – Santa Sede) y la cadena que nos une al periodo más funesto de nuestra más reciente historia moderna (la inmediata retirada del Valle de los Caídos de Madrid, de los restos del dictador y del más famoso de sus cómplices).
Luis Cercós (LC-Architects)
http://www.lc-architects.com/
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