Fotografía: http://nomadas.abc.es/usuario/juanjesuspalacios/
Este libro es un réquiem, un recuerdo emocionado a tantas escaleras que han llenado páginas de historia, no sólo de arquitectura, sino también de la literatura, la pintura o el cine”.
Ya os contaré en otra ocasión los recientes avatares con y contra la administración pública y la incompatibilidad municipal entre normativa y protección, pero para no entristeceros hoy más de la cuenta recordemos la manera en la que los humanos subían esos ingenios del pasado que llamaban “escaleras” (Julio Cortázar, Historias de Cronopios y de Famas, Instrucciones para subir una escalera, 1962):
Nadie habrá dejado de observar que con frecuencia el suelo se pliega de manera tal que una parte sube en ángulo recto con el plano del suelo, y luego la parte siguiente se coloca paralela a este plano, para dar paso a una nueva perpendicular, conducta que se repite en espiral o en línea quebrada hasta alturas sumamente variables. Agachándose y poniendo la mano izquierda en una de las partes verticales, y la derecha en la horizontal correspondiente, se está en posesión momentánea de un peldaño o escalón. Cada uno de estos peldaños, formados como se ve por dos elementos, se sitúa un tanto más arriba y adelante que el anterior, principio que da sentido a la escalera, ya que cualquier otra combinación producirá formas quizá más bellas o pintorescas, pero incapaces de trasladar de una planta baja a un primer piso.
Las escaleras se suben de frente, pues hacia atrás o de costado resultan particularmente incómodas. La actitud natural consiste en mantenerse de pie, los brazos colgando sin esfuerzo, la cabeza erguida aunque no tanto que los ojos dejen de ver los peldaños inmediatamente superiores al que se pisa, y respirando lenta y regularmente. Para subir una escalera se comienza por levantar esa parte del cuerpo situada a la derecha abajo, envuelta casi siempre en cuero o gamuza, y que salvo excepciones cabe exactamente en el escalón. Puesta en el primer peldaño dicha parte, que para abreviar llamaremos pie, se recoge la parte equivalente izquierda (también llamada pie, pero que no ha de confundirse con el pie antes citado), y llevándola a la altura del pie, se le hace seguir hasta colocarla en el segundo peldaño, con lo cual en éste descansará el pie, y en el primero descansará el pie. (Los primeros peldaños son siempre los más difíciles, hasta adquirir la coordinación necesaria. La coincidencia de nombre entre pie y el pie hace difícil la explicación. Cuídese especialmente de no levantar al mismo tiempo el pie y el pie).
Llegado en esta forma al segundo peldaño, basta repetir alternadamente los movimientos hasta encontrarse con el final de la escalera. Se sale de ella fácilmente, con un ligero golpe de talón que la fija en su sitio, del que no se moverá hasta el momento del descenso.
Muchas gracias Sr. Cortázar. Reiteramos las gracias al Sr. Tusquets. Y con relación a la escalera, pues que descanse en paz. De Richard Weston hablaremos muchas veces en próximas entradas.
Luis Cercós (LC-Architects)
Oscar Tusquets Blanca y otros, Requiem por la escalera, Barcelona, 2001.
Julio CORTÁZAR, Historias de Cronopios y de Famas, 1962, Instrucciones para subir una escalera.
El mes pasado compré en una de esas cafeterías con tienda de una conocida cadena de comida semirápida un libro revelador, 100 ideas que cambiaron la arquitectura (Richard Weston, Editorial Brume, 2011). Digo revelador porque se acerca a esta disciplina de una manera sencilla considerando como ideas revolucionarias pequeños conceptos asumidos como normales y que sin embargo no lo son en absoluto: la chimenea, el pavimento, el muro, la columna y la viga, la puerta, la ventana, el ladrillo, el arco, la bóveda, la cúpula, el patio y muchos más. Uno de esos avances tecnológicos es, en el libro el “invento” número 8, la escalera. Hablemos un poco de la escalera.
Dice el autor citado que es muy probable que la primera escalera se inspirara en las escaleras de mano de madera y estuviera compuesta por tramos rectos. La llamada escalera de “ida y vuelta”, que actualmente puede verse en prácticamente todos los edificios de varias plantas, era ya usual en la arquitectura romana, aunque dejó de usarse en la Europa medieval, en la que curiosamente era más común la escalera de caracol (o helicoidal). Vitribuo advirtió del peligro de la escalera y Alberti las consideraba más una molestia a la que uno debía adaptarse que una oportunidad de expresividad arquitectónica. Vasari y Scamozzi, en cambio, compararon las escaleras con las venas y las arterías del cuerpo humano.
Oscar Tusquets Blanca (http://www.tusquets.com/) es, entre otras muchas cosas, arquitecto, diseñador, pintor y escritor. Pero en lo que a mí respecta es el autor de una frase y de una exposición que no he olvidado. La frase, que más adelante repetiré (más o menos de memoria), se la leí allá por 1998, en el prólogo del libro “Guía Práctica de la Cal y el Estuco” editado por el Centro de los Oficios de León (http://www.centroficios.com/). En aquel momento yo me consideraba un experto en revestimientos continuos, leía todo lo que se publicaba y todavía creo recordar el contenido de la introducción que Oscar Tusquets escribió para su amigo Oriol García i Conesa, mestre artesà estucats (http://www.estucsoriolgarcia.com/), “hace tiempo que tengo la sensación de que solo me parecen verdaderamente cultos los hombres que saben hablar de la forma en que se ganan la vida”, pues en el resto de los casos suele ser impostura. Estoy de acuerdo con él.
Me cayó bien Tusquets desde aquel momento y por eso visité con enormes ganas la exposición que entre octubre de 2001 y enero de 2002 ideó para el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (http://www.cccb.org/). No me decepcionó. La exposición y el libro que se editó para la ocasión eran magníficos:
“La escalera es una pieza arquitectónica fascinante y a la vez dificilísima, quizás el elemento que ha dado lugar a los espacios más memorables de la historia de la arquitectura. Un desafío que ha supuesto el padecimiento y el deleite de arquitectos de todas las épocas y de todos los continentes. Pero muy probablemente ya no será así a partir de ahora, pues la escalera es un espacio en vías de extinción. En vías de extinción porque está dejando de ser un “pezzo di bravura” para convertirse en un espacio de servicio, puramente funcional, marginal, asilado y casi estandarizado. Hemos pasado –por varias razones, pero sobre todo por culpa de las ordenananzas de protección y evacuación contraincendios- de considerarla el corazón del edificio a proyectarla como un cuadro de instalaciones.
Oscar Tusquets Blanca (http://www.tusquets.com/) es, entre otras muchas cosas, arquitecto, diseñador, pintor y escritor. Pero en lo que a mí respecta es el autor de una frase y de una exposición que no he olvidado. La frase, que más adelante repetiré (más o menos de memoria), se la leí allá por 1998, en el prólogo del libro “Guía Práctica de la Cal y el Estuco” editado por el Centro de los Oficios de León (http://www.centroficios.com/). En aquel momento yo me consideraba un experto en revestimientos continuos, leía todo lo que se publicaba y todavía creo recordar el contenido de la introducción que Oscar Tusquets escribió para su amigo Oriol García i Conesa, mestre artesà estucats (http://www.estucsoriolgarcia.com/), “hace tiempo que tengo la sensación de que solo me parecen verdaderamente cultos los hombres que saben hablar de la forma en que se ganan la vida”, pues en el resto de los casos suele ser impostura. Estoy de acuerdo con él.
Me cayó bien Tusquets desde aquel momento y por eso visité con enormes ganas la exposición que entre octubre de 2001 y enero de 2002 ideó para el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (http://www.cccb.org/). No me decepcionó. La exposición y el libro que se editó para la ocasión eran magníficos:
“La escalera es una pieza arquitectónica fascinante y a la vez dificilísima, quizás el elemento que ha dado lugar a los espacios más memorables de la historia de la arquitectura. Un desafío que ha supuesto el padecimiento y el deleite de arquitectos de todas las épocas y de todos los continentes. Pero muy probablemente ya no será así a partir de ahora, pues la escalera es un espacio en vías de extinción. En vías de extinción porque está dejando de ser un “pezzo di bravura” para convertirse en un espacio de servicio, puramente funcional, marginal, asilado y casi estandarizado. Hemos pasado –por varias razones, pero sobre todo por culpa de las ordenananzas de protección y evacuación contraincendios- de considerarla el corazón del edificio a proyectarla como un cuadro de instalaciones.
Este libro es un réquiem, un recuerdo emocionado a tantas escaleras que han llenado páginas de historia, no sólo de arquitectura, sino también de la literatura, la pintura o el cine”.
Ya os contaré en otra ocasión los recientes avatares con y contra la administración pública y la incompatibilidad municipal entre normativa y protección, pero para no entristeceros hoy más de la cuenta recordemos la manera en la que los humanos subían esos ingenios del pasado que llamaban “escaleras” (Julio Cortázar, Historias de Cronopios y de Famas, Instrucciones para subir una escalera, 1962):
Nadie habrá dejado de observar que con frecuencia el suelo se pliega de manera tal que una parte sube en ángulo recto con el plano del suelo, y luego la parte siguiente se coloca paralela a este plano, para dar paso a una nueva perpendicular, conducta que se repite en espiral o en línea quebrada hasta alturas sumamente variables. Agachándose y poniendo la mano izquierda en una de las partes verticales, y la derecha en la horizontal correspondiente, se está en posesión momentánea de un peldaño o escalón. Cada uno de estos peldaños, formados como se ve por dos elementos, se sitúa un tanto más arriba y adelante que el anterior, principio que da sentido a la escalera, ya que cualquier otra combinación producirá formas quizá más bellas o pintorescas, pero incapaces de trasladar de una planta baja a un primer piso.
Las escaleras se suben de frente, pues hacia atrás o de costado resultan particularmente incómodas. La actitud natural consiste en mantenerse de pie, los brazos colgando sin esfuerzo, la cabeza erguida aunque no tanto que los ojos dejen de ver los peldaños inmediatamente superiores al que se pisa, y respirando lenta y regularmente. Para subir una escalera se comienza por levantar esa parte del cuerpo situada a la derecha abajo, envuelta casi siempre en cuero o gamuza, y que salvo excepciones cabe exactamente en el escalón. Puesta en el primer peldaño dicha parte, que para abreviar llamaremos pie, se recoge la parte equivalente izquierda (también llamada pie, pero que no ha de confundirse con el pie antes citado), y llevándola a la altura del pie, se le hace seguir hasta colocarla en el segundo peldaño, con lo cual en éste descansará el pie, y en el primero descansará el pie. (Los primeros peldaños son siempre los más difíciles, hasta adquirir la coordinación necesaria. La coincidencia de nombre entre pie y el pie hace difícil la explicación. Cuídese especialmente de no levantar al mismo tiempo el pie y el pie).
Llegado en esta forma al segundo peldaño, basta repetir alternadamente los movimientos hasta encontrarse con el final de la escalera. Se sale de ella fácilmente, con un ligero golpe de talón que la fija en su sitio, del que no se moverá hasta el momento del descenso.
Muchas gracias Sr. Cortázar. Reiteramos las gracias al Sr. Tusquets. Y con relación a la escalera, pues que descanse en paz. De Richard Weston hablaremos muchas veces en próximas entradas.
Luis Cercós (LC-Architects)
Oscar Tusquets Blanca y otros, Requiem por la escalera, Barcelona, 2001.
Julio CORTÁZAR, Historias de Cronopios y de Famas, 1962, Instrucciones para subir una escalera.
Richard WESTON, 100 ideas que cambiaron la arquitectura, Blume, 2011.
FOTOGRAFÍA. La fotografía que ilustra esta entrada se ha encontrado en http://nomadas.abc.es/usuario/juanjesuspalacios/
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