Hace tiempo conocí a una mujer (clienta más bien) que no conocía bálsamo contra la ansiedad y así cualquier mínimo inconveniente, a su paso por el cerebro de aquella impaciente, se tornaba en drama y agonía. El mal en sí no se cebaba en ella, que a fin de cuentas era rica (de mucho dinero, quiero decir) sino contra todos los que en ese momento la rodeaban. Sufrían los de su entorno, unos más o otros menos, pero más los débiles que los fuertes (como siempre) de injustificado y descarado mal de bronca. Ella, pobre mujer rica, enferma irreversible de histérica metamorfosis. Un coñazo de millonaria, vamos.
Ayer, en uno de esos episodios pesados, pero soportables, que de vez en cuando debemos sufrir los humanos (sucesión de atascos, tráfico muy congestionado), desconecté de los nervios y sintonicé la radio. De pronto escuché la voz de uno de mis más admirados: el ex futbolista Jorge Valdano. Le admiro por la manera en la que habla y por lo que ha vivido, de la misma manera que me gusta ir a casa de mis amigos cuando me encuentro bien en ellas (las casas) y con ellos (mis amigos).
Admirar no es sinónimo de envidiar, pues lo que se dice envidiar, yo ya no envidio a nadie y a casi nada, salvo la necesaria tranquilidad que ahora no tengo, acuciado diariamente como estoy, por urgencias que me impiden atender lo verdaderamente importante.
Soy, como ya he dicho en otras ocasiones, sudamericano consorte, o sudaca consorte para aquellos que no entiendan que hay toda una América maravillosa al otro lado del mar. Y por eso, de vez en cuando, traigo a este blog la historia de alguno de ellos.
Roberto el negro Fontanarrosa nació en Rosario, Argentina, en 1944 y murió en aquella misma ciudad hace tan poco tiempo que todavía sus amigos hablan a menudo de él. Hincha de Rosario Central, dibujante y escritor cómico, su cuento futbolístico 19 de diciembre de 1971, es un clásico de la literatura futbolística argentina.
Recordaba Jorge Valdano que a su amigo, el negro Fontanarrosa, se le diagnosticó en 2003 una esclerosis lateral amiotrófica (ELA) que le mató de un paro cardiorrespiratorio 4 años después.
El día que el negro supo de su enfermedad dijo:
- ¿Por qué a mí?
Pero a la semana, lúcido como él era, acertó de pleno en la diana:
- ¿Y por qué no a mí?
No se puede resumir mejor lo que es la vida. O como dice otro de mis imprescindibles: Hoy respiramos, …, mañana dejamos, … de respirar.
Y a la ansiosa millonaria, qué la den. Que no con todo lo que hay en el mundo, se puede, afortunadamente, mercadear.
Luis Cercós (LC-Architects)
http://www.lc-architects.blogspot.com/
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