Nanni Moretti tiene un curriculum envidiable (premio del jurado 1981 en el Festival de Venecia, Oso de Oro en Berlín 1986, mejor director y Palma de Oro en el Festival de Cannes 1994 y 2006, respectivamente) pero yo nunca me he identificado con su particular mundo o con su ritmo. Sin embargo, el tema y el comienzo de su última película me interesa. Como yo mismo, Moretti se reconoce educado católicamente y también como yo, no creyente (al menos por el momento, pues esto de creer o no creer va por rachas ¿Pensaremos igual en los últimos segundos de nuestra vida?, ¿moriremos con la esperanza de la resurrección? Afortunados en cualquier caso todos aquellos que lo tengan claro).
Las imágenes del principio de la película toman prestada, aunque no explícitamente citado, la liturgia del fallecimiento de Juan Pablo II. En palabras de Moretti:
Quería mezclar comedia y drama en una película, el tono grotesco y el realista. El cónclave de los cardenales es inventado, pero respetamos los rituales y la liturgia de uno real. En general es una historia inventada, sobre mi Vaticano, mi cónclave y mis cardenales.
Es precisamente en esa parte inventada, donde la película es más interesante. Cardenales abrumados por su responsabilidad y también sumamente humanos que más allá de su supuesta ambición, son mostrados como ancianos venerables que se enfadan, juegan, pretender hacer turismo y usan somníferos para dormir.
En la película, tras varias votaciones, los cardenales, reunidos en cónclave y aislados del exterior eligen Papa al cardenal Melville (Michel Piccoli). El recién elegido sufre un ataque de pánico inmediatamente antes de ser presentado a la multitud que se congrega en la Plaza de San Pedro. Sus compañeros, incapaces de convencerle de que es el hombre adecuado buscan la ayuda del más celebre psicoanalista italiano, papel interpretado por el propio Moretti.
Tras el fallido psicoanálisis (tanto en la propia historia de la película como en el guión -pues yo al menos espera más del enfrentamiento entre el ateo y el creyente), el nuevo Papa debe enfrentarse solo a sus miedos, sus angustias y sus dudas.
La película naufraga mientras muestra al Papa vagando por Roma y se eleva cada vez que muestra a los cardenales reunidos esperando la decisión del electo, pero evidentemente el tema es trasladable a cualquier otra situación y escenario. ¿Cuántas veces hemos sentido miedo de no estar a la altura de las circunstancias? ¿con nuestros hijos, con nuestra pareja, en nuestro trabajo?
Al fin y al cabo, poderosos y siervos, ricos y pobres, hombres y mujeres, niños y ancianos, lobos o corderos, todos estamos hechos de la misma esencia y, muy recientemente, la manera en que las televisiones mostraron el terror en los ojos del dictador libio en sus últimos momentos de su vida, volvió a demostrarlo una vez más.
O lo que es lo mismo, en palabras de esa religión en la que Moretti y yo fuimos educados: todos somos iguales a los ojos de Dios. Porque aunque ahora estemos alejados del club, no por eso debe suponérsenos en contra de gran parte su corpus documental, que no en lo que posteriormente ha derivado o en la ideología de gran parte, que no de toda, su cúpula.
Luis Cercós (LC-Architects)
http://www.lc-architects.com/
Madrid - Buenos Aires
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