Una de las cosas que me gusta hacer cuando llego a un nuevo lugar es comprar el periódico más leído o el más comprometido con sus lectores (tengo que preguntar al vendedor, claro), pues me enseñó mi mujer que tengo que aprender a desconectar de lo que leo en España. No porque no quiera seguir leyendo lo que leo aquí sino porque hay que estar también dispuesto a descubrir formas diferentes de mirar al mundo.
Cuando una persona dice: “como aquí (en su calle, o en su pueblo, o en su país) no se vive en ningún sitio”, normalmente viene a decir que en realidad nunca ha salido de su terruño pues aunque la tortilla de patatas está muy bien (conozco en Madrid y en Córdoba dos lugares por los que no puedo pasar sin pedir una ración) también hay muchas otras formas de desayunar. Me pasó el otro día en el avión que me traía de Buenos Aires (British Airways) donde me sirvieron un english breakfast que sinceramente, me gustó más que sus homólogos de la compañía española en la que suelo viajar. Y eso que un catering es solo un catering, una excusa para que se haga más corto el viaje, entretener unos minutos y llenar simplemente el estómago. Pero lo mismo puede aplicarse a la paella (que me encanta), la fabada (que también), el cordero asado, las chuletillas de lechal o el rabo de toro (cumbre, dicen los expertos, de la cocina española). Platos todos ellos, que si bien están para chuparse los dedos, no suelen aparecer en las preferencias de los chinos, de los argentinos o de los franceses, por poner ejemplos de diferentes continentes. El café, por poner otro ejemplo, también está muy rico, pero cada vez me gusta más el mate y no solo a las cinco me gusta tomar un té.
Lo que quiero decir con este absurdo preámbulo es que estoy leyendo en otros sitios diagnósticos y análisis tan elocuentes que no puedo evitar transcribirlos de vez en cuando en este blog. Ya lo hice el pasado lunes con fragmentos de un magnífico artículo uruguayo (tres países en uno) y hoy lo quiero hacer con un párrafo que parece sacado de esas cancioncillas infantiles que hablaban de “contar mentiras” o “del mundo del revés”. El problema es que todo lo que a continuación se afirma es absolutamente verdad para desgracia de Italia (en particular) y de Europa (en general). Vamos allá. Lo que aquí sigue se publicó el pasado 17 de noviembre en la revista argentina, vein-ti-tres, y lo firma un clarividente Alfredo Grieco y Bavio:
Silvio Berlusconi no renunció por tener sexo con prostitutas menores de edad, ni por ofrecer fiestas para políticos nudistas enviagrados (azuladamente, se entiende) en su playa privada en la mediterránea isla de Cerdeña, ni por sus chistes alegremente sexistas, racistas, xenófobos y homofóbicos. Tampoco porque el hombre más rico de Italia –él mismo, con 6000 millones de euros de patrimonio personal- fuera el mayor evasor impositivo del país. Tampoco por sus vínculos con la mafia. Menos por la corrupción, en un país tradicionalmente corrupto. … Tampoco cayó porque durante su gobierno se hubieran derrumbado los servicios públicos o crecido el desempleo. Tampoco porque los años de este empresario exitoso, dueño de multimedios, de clubes de fútbol, de editoriales y diarios y 150 compañías, hayan sido de estancamiento económico. Berlusconi cayó porque el Fondo Monetario Internacional, la Unión Europea, y los mercados de bonos opinaron que Il Cavalieri no era una persona confiable para hacer aprobar las medidas de ajuste y recortes.
En los países normales se vota una ley para poder hacer lo que la ley dice. En Italia, que no es un país normal, y que aprendió lecciones de hipocresía con Maquiavelo y con los papas de la Contrarreforma, las leyes se votan para dar la impresión que uno cumple con la ley. Para decir por escrito con todos los lacres y decir en voz alta que sí se hace. Y así, evitar hacer.
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