Leyendo ayer el periódico, mientras comía, recuperé la ilusión por retomar un viejo proyecto que nació allá por 2007, cuando conocí a la que hoy es mi esposa: recopilar historias de emigrantes.
Me gustan las historias de emigrantes porque, en su mayoría, hablan de casualidades o destinos aparentemente impredecibles. A propósito de esto pienso que, en cierto modo, hay dos tipos de biografías, ninguna mejor ni peor que la otra, sino diferentes: la de aquellos que nacen y mueren en el mismo lugar (Petra García Rosales, Madrid 1918-1972) o las de quienes se despiden de este mundo lejos de la tierra que les alumbró (Isidro Luján Urquiza, Valencia, 1928-Buenos Aires, 2003).
Claro, pudiera haber ocurrido que Petra muriese en Madrid, después de haber recorrido varias veces el mundo y vivido maravillosos o atormentados idilios con naturales de los cinco continentes y, un día, cansada del desarraigo vuelve a su barrio para volver a sentir olores que ya se perdieron.
Y también pudiera ocurrir que Isidro se hubiese pasado la vida oyendo hablar de la Argentina a la que emigraron un día sus abuelos y que un buen día, ya cansado, decidiese saber que hay al otro lado del océano. Y pudiera haber ocurrido que al desembarcar, caminando por el puerto, una cornisa le cayese en la cabeza y sin haber siquiera desembalado la maleta, oliendo todavía al jabón de su casa, se sorprendiera mirando de frente a la inmisericorde sin saber siquiera a que saben las empanadas de carne cortada a cuchillo.
Pero convendrán ustedes conmigo que no suele ser el caso. Pues un día alguien se va con intención o no de volver y ya no vuelve nunca y otro día otro alguien se da cuenta que no podrá salir del país que le oprime y del que nunca, por una u otra circunstancia, consiguió huir.
Así es la vida. Llena de decisiones aparentemente intrascendentes que implicarán, muchos años después, que nuestras vidas se hayan desarrollado de forma completamente distinta a como inicialmente estaba escrito en un libro inexistente con todas sus hojas en blanco.
No hagáis caso pues a quienes se empeñen en decir que este o aquel es vuestro camino o que esto o aquello es lo que tenéis que hacer, pues solo vuestro instinto y vuestro corazón sabrán transmitiros la razón por la que un día, entre personas que apenas conocías ayer y en un lugar que ni siquiera escuchaste de niño, comprendes que lo que siempre buscaste está hoy cerca de ti.
O como dicen que dijo Ernesto Guevara (por cierto nacido y muerto en diferentes países), la verdadera revolución es, simplemente, un cambio de actitud.
Luis Cercós (LC-Architects)
Buenos Aires – Madrid
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