Cada vez estoy más convencido de que estos artículos tienen vida autónoma. Hoy, por ejemplo, estaba navegando por la red en busca de imágenes de la Casa do Brasil de Madrid (Luis Afonso d'Escragnolle Filho y Fernando Moreno Barberá, 1959-1962), edificio sobre el que inicialmente pensaba escribir, cuando apareció, aparentemente sin relación, la primera de las fotografías que ilustra esta entrada: la casa doble (Le Corbusier, Stuttgart, Alemania, 1926-1927). Conocía la fotografía, pero no había reparado hasta hoy en el enorme contraste entre la mujer, el coche y el edificio. Extrayendo por separado cada uno de los elementos, la mayoría de las personas situarían a la mujer y el automóvil allá por 1920, mientras que el edificio lo supondrían construido muchos más años después y nunca antes de la segunda mitad del XX. Enorme talento de un creador cuando se adelanta en 30 años a sus contemporáneos.
La Casa do Brasil me llevó a la casa doble y ésta última al Aluminaire (Albert Frey & A. Lawrence Kocher, Long Island, USA, 1930-1931), el único edificio a escala natural de la muestra de Allied Arts and Building Products, organizada conjuntamente con la 45ª exposición anual de la Architectural League y celebrada en el Grand Central Palace de Nueva York del 18 al 25 de abril de 1931. La construcción, completamente preindustrializada, se montó en el plazo de 10 días. No conocía la relación de Frey con Le Corbusier, pero resulta evidente a la vista de ambos edificios. Una rápida visita a mi biblioteca me lo confirma:
Frey no tuvo reparo en reconocer la influencia de su mentor y la similitud de Aluminaire con las casas que Le Corbusier había realizado para una muestra celebrada en 1927 en Stuttgart. (Gloria Koening, Frey, Taschen, 2008, página 21 y siguientes).
Los que sigáis este blog ya sabéis que la arquitectura es medio para hablar de lo que me interesa o me preocupa y no un fin en sí misma, por lo que ya hablaremos en otra ocasión de estos tres edificios. Me quedo hoy con la personalidad del último de los arquitectos citados y el magnífico párrafo con el que Gloria Koening nos lo presenta:
Era un hombre elegante y sencillo que vestía pantalones y camisas de seda a juego, practicaba yoga haciendo el pino dos veces al día, nadaba a menudo en su piscina y vivió hasta los 95 años.
Se dedicó a la arquitectura porque era el sueño de su padre, pintor de paisajes al óleo y a la acuarela, hijo a su vez del propietario de un taller de litografía e imprenta donde el nieto llegó a ser, antes de finalizar sus estudios, director creativo: 3 generaciones en busca de una misma vocación. “Mi padre me hablaba de ello continuamente y en cierto modo fue quien me convenció para que me dedicara a ello”
En 1940, muchos años después de todo eso, Albert Frey construyó una pequeña casita de invitados de una sola habitación y su padre, ya viudo, abandonó su Suiza natal para pasar los últimos meses de su vida junto a su hijo y usó esta pequeña construcción como estudio de arte para pintar las montañas nevadas de San Jacinto (Palm Springs, California, USA), dicen que asombrosamente parecidas a los Alpes suizos.
En 1945, la aparición de la casa de Frey en la revista italiana Domus hizo que su obra fuera conocida y aclamada internacionalmente. No puedo imaginar mejor final para esta historia de padres, hijos y maestros.
Yo en estos momentos, pienso en los míos.
Luis Cercós (LC-Architects)
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