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miércoles, 16 de mayo de 2012
de monárquicos y monarcológos
Ya he reconocido en estas páginas (virtuales, pero páginas) mi pasada afición taurina, mi admiración por ciertos toreros y la emoción que sentí, en muy contadas ocasiones (Curro Vázquez, Julio Aparicio, Joselito, …, quizá alguna vez más aunque ya no lo recuerdo) pero sentida, en los tendidos de la plaza de Madrid (por supuesto que fui a otros cosos también pero sólo disfruté verdaderamente con lo que ocurría en la arena madrileña, entre otras cosas por el escrupuloso cumplimiento del reglamento que en ella se regía).
Quiero con esto decir que estoy limpio de antitaurinismo de la misma manera que estoy limpio de antijuancarlismo (enfermedad ésta última que también comienza a arraigar), pero en ambos casos tengo mi voto sobradamente decidido en caso de improbable referéndum: ya va siendo hora de entrar en la modernidad.
O como decía un amigo mío: el día que mi hijo pueda heredar mi cátedra universitaria, volveré a ser monárquico.
O como decía el otro: yo monárquico, pero no monarcólogo (dicese de la persona que profesa la monarcología o tiene especiales conocimientos de ella. Palabra, por supuesto, inventada por él y que denota perdón hacia todo error real, entendiendo “real” no como de probada existencia sino como “perteneciente o relativo al rey o a la realeza”. Por supuesto, monarcólogo, parafraseando al magistral Cela de La Colmena, puede utilizarse como sustantivo.
O finalmente, como he dicho yo en multitud de cenas: ¿por qué razón a los príncipes herederos europeos de hoy les gustan tanto las republicanas? O lo que es lo mismo: jugar al fútbol con las reglas, si así conviene, del baloncesto.
El caso es que Pablo de Lora, José Luis Martí y Félix Ovejero, todos ellos profesores titulares de universidad (los dos primeros de Filosofía del Derecho, el tercero de Ética y Economía), publicaron el pasado 19 de agosto un magistral artículo de opinión (EL PAÍS, la cuarta página, página 23) que se resume en un encabezamiento que no deja lugar a dudas:
Ni la tradición, ni la libertad de empresa, ni la protección de una especie, ni el arte y la diversión de los aficionados sirven para justificar una actividad que produce dolor y sufrimiento a un mamífero superior.
No voy a enumerar en este blog de ¿arquitectura? (quizá cada vez menos) las razones de su dictamen pero no puedo evitar en este blog de arte (quizá cada vez más) trascribir un par de sus párrafos:
En último lugar, tal vez buscando ese otro valor que justifique el daño infligido, se esgrime habitualmente el argumento de que los toros son un arte –no los toros en sí mismos, entiéndase, sino las acciones que les provocan sufrimiento y al final la muerte-. Pero este razonamiento es, en el mejor de los casos, incompleto, y en el peor, inconcluyente. Lo que sí nos interesa subrayar es que, de resultas de este debate, cabe concluir que decir que algo es arte no le confiere ningún estatus o valor especial a la actividad en cuestión. Lo que da valor –estético- a un objeto no es, pues que dicho objeto sea simplemente catalogado como arte, sino el hecho de que se trate de buen arte o arte valioso. Por lo demás, igual que una tradición no es, por el hecho de serlo, buena o mala moralmente, tampoco lo es el buen arte.
No confundamos, por cierto, el supuesto “arte de los toros”, con el indiscutible “arte acerca de los toros”. Que algunos artistas hayan realizado magnificas obras a cuenta de las corridas (de toros), como tantos novelistas las han realizado a cuenta de los asesinatos, no les otorga –ni a las corridas ni al asesinato- ninguna dignidad artística. Los fusilamientos del 3 de mayo no se disculpan por la (posterior) pintura de Goya. Por seguir con la misma comparación: aunque Thomas de Quincey y algunos de los aficionados a las novelas de misterio tuvieran razón, y el asesinato fuera una de las bellas artes, ello no quiere decir que debamos derogar los artículos 138 a 143 del Código Penal.
O lo que es lo mismo: por fin un artículo abolicionista que trata a los taurinos con respeto intelectual: el único camino para que nos pongamos de acuerdo y las corridas de toros, así, sean fruto del pasado.
Por cierto señor Félix Ovejero, ¿qué tiene que ver la Ética con la Economía?
Luis Cercós (LC-Architects)