¿Y no habría preferido usted fracasar como arquitecto en vez de haber fracasado como actor de cine? Con esa frase empezó la columna de opinión de Juan José Millás publicada en la contraportada de EL PAÍS de un ya lejano 15 de enero de 2010. La frase se me quedó grabada y recorte, como hago muchas otras veces, aquella contratapa.
Fracasar es un verbo que asusta a la gente, pero somos injustos con él porque no es posible vivir sin equivocarse una y otra vez. No creo que se deba tener miedo a algo tan previsible como fracasar: destrozar, hacer trizas alguna cosa, frustrarse en una pretensión o en un proyecto, tener resultados adversos en un negocio. En este momento del año, por ejemplo, la mayor parte de los analistas económicos afirmarían que estamos fracasado, dada la tristeza de nuestra cuenta de resultados.
Pero sin embargo hemos hecho, al menos en un par de ocasiones, una arquitectura magnífica. Y todavía, frente a más de un 40% de estudios cerrados y sin un encargo en el que depositar sus esperanzas, nos mantenemos en activo, ocupados y con ilusión por la nueva aventura: trabajar en un mundo global, allá donde haya, en este o en cualquier otro momento, trabajo para nosotros. En cualquier caso fracasar como arquitectos no sería tan grave como el hecho de ser arquitectos fracasados. Eso sí que nos asusta: decir adiós a nuestras ilusiones, apagar las luces de nuestro taller de arquitectura y despedirnos de nuestro compromiso.
Sí, es verdad que hemos reducido enormemente todos nuestros gastos hasta el punto de que ya apenas existen, pero eso en lugar de adelgazarnos exclusivamente nos hace en realidad más fuertes, más agiles, más veloces.
Se dice fracasado de la persona desconceptuada a causa de los fracasos padecidos en sus intentos o aspiraciones. Pero en contra de la opinión de las mentes formadas exclusivamente en las aulas ideológicas de un capitalismo feroz a nosotros nos educaron en jardines peripatéticamente aristotélicos.
Y aunque tenemos como objetivo evidente ser económicamente viables estamos orgullosos de estar donde estamos y en el momento en el que estamos. Porque es precisamente ahora, entre edificios heridos y con bajos presupuestos, cuando nos sentimos preparados para dar nuestra mejor arquitectura y en plena madurez profesional.
Sí. Estamos dispuestos a fracasar como arquitectos porque no soportaríamos, al final de nuestras vidas, el hecho de no haberlo intentado.
LC-Architects
Buenos Aires - Madrid