Ayer, al borde de los 105 años, falleció mi/nuestro admirado Oscar Niemeyer. El domingo, una parte de mí moría mientras yo estaba a punto de tomar un avión que no quería tomar, hacia un lugar que no odio, pero que tampoco amo tanto como el que dejé, consecuencia de mis propios errores. Lo siento tanto. Perdón.
A vida nos leva pra onde ela quer. Cada um vem, escreve sus historinha e vai embora. Nao vejo segredo em levar a vida.
No hablo portugués, pero la cita de quien recién se ha ido, dice más o menos así: la vida nos lleva por donde ella quiere. Cada uno viene, escribe su historia y se va. No veo la ruta secreta a tomar.
Todo crujió el pasado 29 de noviembre, conmemoración de la fecha más feliz de mi vida. Aniversario que no pudimos celebrar.
El domingo, en una de las salas de espera del aeropuerto de Ezeiza, en Buenos Aires, leí la última columna, por el momento, de Manuel Vicent (mi querido Manuel Vicent, a quien no conozco pero quiero, mucho más desde el pasado día 2 de diciembre). Decía así:
En el monasterio de Kopan, en el valle de Katmandú, me dijo un Maestro Venerable: si quieres saber hasta qué punto eres feliz y no lo sabes, cómprate una libreta y apunta en ella cada noche cinco pequeños hechos agradables que te hayan sucedido durante el día. Anota solo las sensaciones placenteras insignificantes, las alegrías ínfimas, no los sueños desmesurados. Esta mañana me ha despertado el sol en la ventana y he comprobado que esta vez no me dolía la espalda. El perro me ha saludado con el rabo. El dueño del bar, donde suelo desayunar hojeando el periódico, hoy se ha negado a cobrarme la ración de churros. He leído la crónica deportiva: ayer ganó mi equipo. El autobús ha llegado puntual y en la parada me han conmovido las palabras de amor que una madre le dirigía a su niña que se iba al colegio. Le he preguntado al médico por los análisis y me ha dicho que todo está bien. Al llegar a casa después del trabajo me arrellano en el sillón para ver una película en la tele mientras me tomo un gin-tonic ...
Y termina así:
El Maestro Venerable, en medio de aquel aire transparente que bajaba del Himalaya, dijo que de entre todas las flechas aciagas que la vida nos lanza, casi ninguna da en el blanco. Caen a nuestro alrededor y somos nosotros los que los arrancamos del suelo y nos las clavamos en el corazón, en la mente o en el sexo.
Ayer marchó Niemeyer. Hoy facebook reproducía, en miles de muros, un montón de sus ancianas reflexiones. Seleccioné una al principio. Termino con otra:
En estos momentos de pausa y de reflexión me permito decir que la vida es más importante que la arquitectura.
El sábado hice la comida para mi familia, tomamos un helado, salimos a recibir la llamada de los tambores del candombé, acompañé a mi hijo a montar en bici, vino a casa una tía de mi esposa, mi hijita sonrió, recibí un correo de las dos mayores, ...
Perdóname por equivocar, durante tanto tiempo, la prioridad.
Gracias Oscar Niemeyer. Descansa en paz. Ayúdame.
Luis Cercós.