CONCURSO NACIONAL DE IDEAS PARA
LA IMAGEN DE LA FACHADA Y ANTEPROYECTO PARA LA REMODELACIÓN DEL HALL DE ENTRADA
DEL EDIFICIO CAM.AR.CO
MEMORIA
RESTAURACIÓN, TRANSFORMACIÓN, Y UN POCO DE TRANSGRESIÓN
Habían
pasado veinte años. No podías seguir con algo que pensaba veinte años atrás, el
tiempo había pasado y yo pensaba otras cosas. De eso también pasaron no sé
cuántos años, pero si hubiera otra oportunidad seguramente sería a su vez algo
distinto lo que hoy propondría.[1]
Las personas cambian, lenta e imperceptiblemente,
pero cambian. El náufrago no tenía espejo. Durante el tiempo que pasó en la
isla nada ni nadie le devolvió su imagen reflejada. Se olvidó de cómo era él. Y
al dejar de recordarse, también dejó de imaginarse. Un día, un barco le salvó.
¿Le salvó? Al entrar en el baño del camarote se asustó. No estaba solo. Aquel
que le miraba desde el espejo del lavamanos era un hombre completamente
desconocido para él. Pero también era él.
Los edificios también cambian, lenta e
imperceptiblemente, pero cambian. La planta del anteproyecto ganador de 1951
apenas se reconoce en el hall que hoy recibe a quienes atraviesan, puerta
giratoria mediante, el umbral del edificio de la Cámara Argentina de la
Construcción.
¿Dónde quedó el patio ajardinado de la propuesta
original? ¿Qué pasó entre el anteproyecto ganador y lo realmente construido?
Lo cierto es
que los objetos industrializados en alto grado se encuentran en proceso de
perfeccionamiento continuo, su calidad aumenta cada vez más e incluso los
precios son cada vez más económicos. La única industria que todavía no funciona
es la de la construcción.[3]
El
Movimiento Moderno, inspirador de aquel anteproyecto de 1951, intentó combinar
las capacidades propias de los materiales con una estética extraída de la
lógica de la construcción.
Lógica,
racionalismo, sencillez, virtudes que quizá hoy no se perciben en el espacio que define actualmente el hall de
acceso, pero que allá están. Muchos son los elementos que inducen al
desasosiego. Retirémoslos pues.
Las cosas las
hacés, pasan. Es como si un cuadro tuyo se cae, se rompe, se destruye, bueno se
destruyó, qué vas a hacer.[4]
Lo que fue, ya fue. Es pasado y hay que
reinventarse. Esas han sido, en anteriores ocasiones y con matices, sus propias
palabras. Desde la rotundidad de su trayectoria, que en el caso de otros
pudiera haber derivado en arrogancia, él desalienta cualquier intento de
preservar o de congelar sus obras.
Criterios conceptuales de la intervención
La Revista de Arquitectura de la Sociedad Central de
Arquitectos dedicó su número de agosto al Patrimonio. El título elegido por su
curadora, la arquitecta Rita Comando, fue una declaración de intenciones: “Patrimonio. Prohibido No Tocar”.[5]
Está bien. Toquémoslo.
El recuerdo se
asemeja a una cebolla que quisiera ser pelada para dejar al descubierto lo que,
letra por letra, puede leerse en ella.[6]
Abordamos
así una primera fase “de sustracción o deconstrucción”, que elimina, a
la manera de las capas de esa cebolla de Grass, todo lo que hoy genera desorden
o incomprensión: las macetas, las nuevas carpinterías, los revestimientos
obsoletos, los trastos, la señalética actual, los falsos techos, la iluminación
improvisada, el actual mostrador de seguridad, las sillas desordenadas.
En
la segunda etapa, de “consolidación objetiva”, nos limitamos a ordenar
el espacio original, tal y como pudiera haber sido inicialmente concebido, desnudo,
sin ornamentos, en su racionalismo inicial. El mural de Seguí queda enmarcado
en el patio.
A
partir de aquí introducimos materiales contemporáneos y un lenguaje
arquitectónico personal.
Un patio, una malla, un territorio de frontera
Un patio, una malla, un territorio de frontera
El anteproyecto de 1951 tenía un patio. Nuestra
propuesta, 62 años después, lo recupera en un lugar simétricamente enfrentado
con su ubicación inicial. Desmontamos para ello la escalera de caracol, cansada
como está de no llevar a nadie a ninguna parte.
El hueco ocupado por la escalera se convierte así en
sala de espera del IERIC, que se hace claramente presente en la planta baja y se
separa definitivamente del acceso a las plantas superiores del edificio.
Los ascensores se identifican así con la Cámara
Argentina de la Construcción y enfatizan el carácter industrial del sector a
través de una nueva piel claramente industrial.
La malla metálica, una reinterpretación de los
viejos toldos de lona, matiza el soleamiento mientras se descuelga por la
fachada, atraviesa la recova y se introduce en el hall. El suelo del hall,
recíprocamente hace lo mismo saliendo hacia el exterior y entre ambas señales,
los peatones que circulan por el soportal perciben que atraviesan un territorio
de frontera, en parte público, en parte privado.
Una malla que se transforma en nueva piel del edificio, segunda fachada, capa incluso de sacrificio, voluntariamente imperfecta y orgánica, capaz de protegernos del sol y de permutar a medida que los ocupantes de las diferentes plantas del edificio vayan acometiendo reformas del interior que pueden llegar a modificar la homogénea carpintería actual que ya no tendrán que ser necesariamente iguales a las de sus vecinos, en una metáfora de la propia ciudad: ecléctica, caótica, impredecible, quizá permanentemente inacabada, pero siempre viva.
Una malla que se transforma en nueva piel del edificio, segunda fachada, capa incluso de sacrificio, voluntariamente imperfecta y orgánica, capaz de protegernos del sol y de permutar a medida que los ocupantes de las diferentes plantas del edificio vayan acometiendo reformas del interior que pueden llegar a modificar la homogénea carpintería actual que ya no tendrán que ser necesariamente iguales a las de sus vecinos, en una metáfora de la propia ciudad: ecléctica, caótica, impredecible, quizá permanentemente inacabada, pero siempre viva.
Una malla, una segunda piel que quizá dentro de unos
años, finalizada la metamorfosis del cuerpo original, a la manera de un andamio
exterior que ya ha cumplido su misión, pudiera ser nuevamente desmontada.
Un
aspecto que me impresiona mucho en la arquitectura y en la ciudad de nuestro
tiempo es el empeño en llevarlo todo a su acabamiento, a su final, a su
finalización. Esta tensión hacia una solución definitiva impide la
complementariedad entre las varias escalas, entre el espacio abierto y el
construido. Hoy cualquier intervención, aunque sea pequeña y fragmentaria, se
obstina en conseguir una imagen final y así se explicaría la dificultad de la
compenetración entre las distintas partes de la ciudad.[7]
[1] Clorindo
Testa, a propósito del segundo concurso para el Centro Cívico de La Pampa. Ana
de Brea y Tomás Dagnino, Diálogos con
Mario Roberto Álvarez & Clorindo Testa, Buenos Aires, 1999
[2] Clorindo
Testa, id. Anterior.
[3] Jean
Prouvé, 1901-1984
[4] Testa, Diálogos con Mario
Roberto Álvarez y Clorindo Testa (desde el periodismo Ana de Brea y Tomás
Dagnino), Buenos Aires, 1999.
[5] Patrimonio, Prohibido No tocar.
Revista de la Sociedad Central de Arquitectos, nº 246, agosto 2012.
[6] Günter Grass, Pelando la Cebolla, 2007
BUSTO & CERCÓS ARQUITECTOS: Gabriela Busto, Luis Cercós