Hoy, a la 2:45 de la madrugada, he ordenado a mis
comandantes levantar el asedio. Al alba los centinelas de Troya podrán
comprobar que todos los griegos se han marchado. Toda mi tropa se retira a sus
cuarteles de invierno.
Tras nuestra última conversación he comprendido tus
temores y desgraciadamente para mí, he de concluir que tienes razón.
Tengo la sensación de haber vivido un hermoso viaje. Quizá,
incluso, una bonita historia de amor: la forma en que nos conocimos, el cambio
de butaca en un salón de actos, una noche de copas con otros compañeros, una
obra de teatro, una emoción en lo alto de un campanario, una lagrima que colmó
un vaso, un punto de inflexión en mi vida y en mi matrimonio, un par de
cuentos, una conmoción, intensas conversaciones. Muchas cosas en muy poco
tiempo.
En estos últimos días he comprendido, gracias a ti, que mis
antecedentes y circunstancias quizá puedan influir en lo que soy, pero no en lo
que hago. En estos últimos días he aprendido que no puedo hacer que
alguien se enamore de mi, pero si que puedo intentar volver a parecerme a aquel
chico que un día fui y del que era fácil enamorarse. En estos últimos días he recordado que no es importante lo
que me sucede, sino lo que soy capaz de hacer que suceda. En estos últimos días soy consciente de haber llegado mucho
más lejos de lo que nunca pensé.
Y sin embargo no ha sido suficiente. No quiero más bajas. No
quiero más cadáveres a mi alrededor. No me siento capaz de dañar a nadie más.
Lo siento, no eres libre y por tanto he conformarme,
por el momento, con lo único que me espera en el futuro inmediato: tu amistad.
Y yo, mientras tanto, me mantendré a la expectativa, con las
ventanas de mis buhardillas abiertas. Esperando que quizá algún día quieras
subir y llamar a mi puerta. Allí estaré, entre libros, canciones y viejas
películas.
Y por eso espero que no se cumpla el vaticinio que Julio
Cortázar, al abrir uno de sus libros, me acaba de recordar:
No estarás en la calle
en el murmullo que brota de la noche
de los postes de alumbrado,
ni en el gesto de elegir el menú,
ni en la sonrisa que alivia,
ni en los libros prestados,
ni en el hasta mañana.
No estarás en mis sueños,
en el destino original de mis palabras,
ni en una cifra telefónica estarás,
Luis Cercós
del libro de relatos, Pasando el Ecuador, Madrid, 2007