“Hoy día Domingo, 21 del mes de febrero, correspondiente a la decena primera de la luna de Xanel del año 912 de la Hegira (año 1507 de nuestra era), Muhamad ben Suleyman Attaalab, morador del arrabal de los muslimes en Calatayud e industrial de porcelana dorada, precisa aprendiz, para enseñarle la mencionada industria, y esto en el espacio de cuatro años y medio, desde la fecha de escritura, en cuyo tiempo se dedicará con solicitud a enseñarle la mencionada industria bien y fielmente, a mantenerle, asistirle y vestirle, según la cuenta de costumbre, salvo que le recompense la asiduidad perfecta durante el tiempo mencionado con un vestido ordinario, es a saber: capuz, sayo, jubón, calzones, camisones, bonete, zapatos y cinto y lo demás de uso en este concepto, y juro por Dios enseñarle, sostenerle y vestirle y el discípulo lo hará para servirme fielmente por todo el tiempo mencionado”.
Que más o menos así lo hemos leído de D. Vicente Lámperez y Romea, quién a su vez lo leyó en la página 437 de la obra que D. Francisco Fernández y González tituló, allá por 1866, “Estado social y político de los mudéjares en Castilla”.
Y que aquí traemos a colación para recordar que la construcción ha sido siempre refugio de hombres leales que constantemente demostraban fidelidad, obediencia y respeto a sus maestros.
Pero aquellos hombres eran también muchas más cosas: "generosos" porque no tenían mayor satisfacción que tutelar y transmitir a otros, más jóvenes y que lo merecieran, los secretos de su profesión; "ingeniosos" porque durante generaciones fueron mejorando la práctica constructiva en un constante ahorro de recursos; "sencillos", pues capaces se sintieron de dedicar una vida entera a un único oficio; "perseverantes", al querer construir, cada vez, más bellos edificios; y finalmente, "temerosos", porque al hacerlo se sentían alentados por fuertes convicciones, en contraposición a las simples opiniones que, por lo general, hoy únicamente tenemos:
“- (Quiere construir la catedral) porque será hermosa –repitió el prior (…) Sí. ¿Y qué otra cosa puede ser mejor que hacer algo hermoso para Dios? –dijo”. (Follet, Ken. “Los Pilares de la Tierra).
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