El proyecto arquitectónico que plantea una determinada intervención sobre un edificio histórico o un conjunto monumental debe aceptar que el “contenedor” sobre el que va a desarrollarse tiene unos antecedentes culturales definidos y concretos. Y eso está bien.
Condicionado por eso, muchos autodenominados “proyectos arquitectónicos de restauración” no son más que una colección discutible de documentos históricos, científicos y técnicos, redactados, que no siempre firmados (por lo que representan de falta de compromiso), por colaboradores muy lejanos (a veces, incluso con intereses muy distintos) a los que pretenden ser llamados autores de la intervención.
En más ocasiones de las que parece la sobredimensión y sobrevaloración de los documentos procedentes de los estudios previos, sirven para ocultar una triste realidad: no existe, aunque parece existir, proyecto de restauración, en la medida en que esas tres palabras nos definen un posicionamiento, una idea intelectual, un punto de partida y un camino.
De qué nos sirven informes previos, utilizados para aumentar el tamaño y el número de volúmenes del papel a encarpetar si en la mayor de las ocasiones esas hojas escritas o dibujadas no nos hablan de la evolución constructiva del original, de sus procesos patológicos o del verdadero valor arquitectónico de sus espacios.
Porque la puesta en valor de un monumento debe realizarse a través de un proyecto que refleje verdaderamente un compromiso intelectual, compatible y consecuente con la realidad histórica sobre la que intervenimos y no una simple colección de documentos, que siendo necesarios, no son en absoluto suficientes.
Y eso, el "compromiso intelectural", puede explicarse en un párrafo escrito y un rasguño emocionante (y emocionado) trazado con convicción y conocimiento.
Luis Cercós (LC-Architects)
http://www.lc-architects.com/
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