Cuando nos bloqueamos cambiamos de lapicero.
Durante años hemos visto proyectos monótonos hechos con programas de ordenador. ¿Por qué no volver a usar tinta, acuarelas, carboncillos, lápices de colores o pluma estilográfica? Con el uso alternativo de diferentes herramientas activamos una parte distinta de nuestros cerebros.
La misma decisión del trazo, el instante de poner el lápiz sobre un punto específico del papel todavía en blanco y comenzar a deslizarlo hacia un sentido o el otro, implica asumir un acto de creación en el sentido bíblico del término y en cualquier caso una proyección ineludible de nuestro ser más íntimo.
Mientras hacemos un dibujo, nos estamos centrando en una idea. Acercarnos a una misma idea por diferentes caminos, nos obliga a replantearla. El dibujo arquitectónico se convierte así en una propuesta ideológica y cada uno de los diferentes rasguños incluye u omite conceptos distintos, a veces divergentes, a veces convergentes.
De vez en cuando, en el taller, sentimos la necesidad de experimentar con las herramientas de las que disponemos para intentar que nuestro cliente, al ver el plano de su proyecto, capte aquello que le queremos sugerir de una manera supuestamente inconsciente.
A veces pequeños descubrimientos nos permiten transformar un plano o un boceto, no sólo en un vehículo para la posterior construcción, sino en una imagen que sumerja al cliente en su proyecto.
Aprendiendo a dibujar, aprendemos a hacer arquitectura, porque a menudo, sólo somos capaces de imaginar lo que somos capaces de dibujar. Dibujando de formas diferentes, imaginamos cosas distintas.
Luis Cercós (LC-Architects)
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