{Por Jack Babiloni, 15 de noviembre de 2009}
El concepto de la tan traída taxidermización (o no) del paisaje urbano, comporta otros satélites o aledaños que, a fuerza de hacer bodoques con ellos y anillarlos a algunos semejantes, dan como resultado las ciudades que hoy padecemos.
Sea porque (todo el que haya trabajado en arquitectura lo sabe) el arquitecto recibe palmaditas al tiempo que sus proyectos van siendo amputados o modificados según exigencia de los que realmente deciden (políticos, promotores del suelo y, por último, constructores -todos ellos, amiguitos de infancia o ignominia-), sea porque a menudo se mantiene lo que no sirve y se construye lo que no hace falta (recientemente paseé por Mérida, España, y vi aquello -ese extraño postmodernismo melancólico provocado por ruinosos templos del siglo III anexos a horrendas VPO de descarada bajeza intelectual-), uno siempre acaba preguntándose por qué extraña razón no volvemos la vista atrás como estrategia de autorregulación preproyectiva y tomamos nota de ejemplos bien contrastados como, verbigracia, los de la Roma Imperial, sin ir más lejos. Es bien notorio que debajo de ella existen otras seis, cada una tan respetable como la superficial pero que, sin embargo, en otros tantos momentos de la historia se pensó que habrían de quedar sepultadas por otra CREACIÓN (en ningún caso REcreación). La conclusión parece ser que a cada instante, su aportación; en cada momento, sus respuestas.
Al final, más allá de esta preciosa torrentera de sugerencias que siempre supone el hecho artístico, la reubicación metabólica que me provoca es siempre la misma: la toma de partido inversa, esto es, pensar en pequeño para crecer a lo grande. En todas partes se nos dice lo contrario, y así vamos, mientras nuestras urbes occidentales se tiñen de megalomanías de corto recorrido, de piruetas risibles de alcaldes insultantemente torpes y crecimientos de necia bandera proolímpica. Qué fácil resulta despilfarrar dinero público: 1) Porque no es tuyo. 2) Porque los jueces juegan a la petanca con los gestores, a las 13 horas, todos los domingos, saliendo de las misas de anticontrición…
Es fundamental estudiar la historia de un monumento antes de rehabilitarlo, pero no lo es menos tirar abajo todo continente que habla más de su ruina que de su preespacio. Rehabilitemos, sí; pero también embellezcamos en potencia.
Como ciertos seres humanos, muchos edificios ganan suprimiéndoles datos. A veces la verborrea arquitectónica no es más que justificación pirotécnica.
Rehabilitar pasa, indefectiblemente, por tirar, suprimir, excluir, vaciar. Es sonrojante la necesidad que la mayoría de los arquitectos tiene por construir, cuando casi siempre (esto ya no sólo hablando de arte) uno vale más por lo que calla que por lo que enuncia.
Sé que sueno irrespetuoso, pero en arte se avanza creando excepciones. Las reglas siempre surgen a posteriori. Parece inútil explicar esto. Por eso los artistas (perdón por el pleonasmo) siempre sacan medio cuerpo de ventaja al nivel del cauce del gran río de la Historia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario