Hace unos meses, cenando en casa de unos amigos, Alfonso me (nos) contó una historia que sucedió no hace mucho tiempo en Italia. La traigo hoy a colación porque, en cierto modo, bien pudo haber sucedido esta noche y aquí, en España.
En una reunión de empresarios y banqueros, un joven cachorro italiano, acostumbrado a una vida sino fácil al menos regalada, recién graduado en Harvard y doctorado en Bolonia, con varios idiomas a sus espaldas y un papá preocupado por su futuro, se permitía explicar a los allí reunidos sus infalibles recetas contra la crisis.
Aburrido y cansado, un hombre delgado y anciano, aparentemente hecho a sí mismo, director de una importante entidad financiera estatal y antiguo político de responsabilidad, le convidó a cambiar de tema y continuar esa conversación en otro momento.
- Cuando usted quiera, profesor.
Respondió encantado el muchacho, interesado en visitar a aquel honorable señor al día o a la semana siguiente.
- No, joven, no me ha entendido. Le he dicho en otro momento, pero ese día no llegará, tenga la seguridad hijo, hasta que: primero, pierda usted la cabeza por una de esas jovencitas con la que dice salir y cuando esto suceda, ella le deje por otro (a ser posible, por uno de sus amigos); segundo, la empresa en la que usted haya puesto toda su ilusión, esperanza y todos sus ahorros, quiebre o sencillamente se hunda y; tercero, su mejor amigo le traicione. Cuando eso ocurra, vuelva usted a esta mesa y, en lugar de hablar, comparta con nosotros sus experiencias.