La gente que me conoce sabe que nunca fui un apasionado seguidor de la selección española de fútbol. Antes preferí seguir los triunfos de determinados deportistas individuales (Severiano Ballesteros, Rafael Nadal); otros deportes (el atletismo); otros eventos (prefiero la Olimpiada a cualquier mundial) o al equipo de fútbol de mi infancia (“el 9 siempre lo llevará un jugador de nombre Santillana”).
Reconozco que tengo una enorme ilusión ante la final del próximo domingo: por mi mujer (que se me ha descubierto como una apasionada mundialista y que tras la decepción argentina y la dignísima derrota uruguaya, se ha convertido en seguidora de estos pequeños “gallegos” que juegan tan bien); por mis dos hijas mayores (que, aunque no pueden ver los partidos conmigo, me cuentan que los viven con las caras pintadas y gritos de emoción) o, por los dos pequeños, que ya llegará el momento en que se asomen a esto del fútbol).
Pero fundamentalmente porque la selección está jugando bien; por todo un país (España, el mío al fin y al cabo) que lo está pasando mal, muy mal, y que merece olvidarse durante unos días de problemas, política, economía y de finanzas y, sobre todo, por un seleccionador con el que, por fin, me identifico y que ha conseguido ensamblar un equipo de todos y para todos.
Motivos tendría Vicente del Bosque para “agrandarse” y no lo hace: le despidieron por la puerta de atrás del Real Madrid, tras toda una vida en la casa blanca (4 ligas y 4 copas del rey como jugador; 2 copas de Europa, 2 ligas, 1 supercopa de España, 1 supercopa de Europa y una copa Intercontinental como entrenador):
“Hay entrenadores que no necesitan levantar el dedo índice y dar la vuelta al ruedo tras superar una eliminatoria europea en campo ajeno. … Su carisma es otro. … Es el caso de Vicente del Bosque, que podría sentirse en la cima del mundo, pero alcanza una final mundialista, se abraza con su fiel Toni Grande y acude en búsqueda de su colega derrotado, Joachim Löw, con el que estrecha la mano de forma afectuosa y educada”. (EL PAÍS, 9 de julio de 2010, deportes, página 49)
Nacido en 1950, castellano viejo y sobrio, hijo de un ferroviario republicano y derrotado, ha sido el único seleccionador de la Copa del Mundo 2010 que nunca felicitó a los jugadores que cambió; el único que no celebró ostentosa y aparatosamente los goles que su equipo marcó; el único que no participó con el resto de la plantilla después de los triunfos.
"La imagen de un seleccionador es la imagen del país que representa. En España también pasan cosas muy buenas. El país ha cambiado muchísimo en los últimos 30 años y, como ciudadanos, debemos sentirnos orgullosos de tener tan buenos deportistas entre nosotros".
(Vicente del Bosque, Sudáfrica 2010).
Si alguna vez me vuelve tocar a ganar, espero saber hacerlo como Vicente del Bosque. Ojalá traigáis la Copa del Mundo a España.
Luis Cercós (LC-Architects)
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