Casualmente he leído muy recientemente dos referencias sobre Walter Gropius que tienen, en cierto modo, algo que ver con el enfoque que quiero dar a mi estudio de arquitectura en esta nueva etapa que recién comienza.
La primera de ellas procede de un capítulo del libro de Vicky Richardson, Vanguardia y tradición. La reinterpretación de la arquitectura (Editorial Blume, 2001) y la segunda de ellas de la entrevista de Anatxu Zabalbeascoa a Peter Eisenman publicada en El País Semanal del pasado domingo 10 de abril.
Dice Richardson que Walter Gropius dejó la historia de la arquitectura fuera del programa de estudios de la School of Design de Harvard, a finales de la década de 1930.
Era tan optimista acerca del futuro de la arquitectura que pensaba que los ejemplos del pasado eran irrelevantes e incluso podían distraer a los alumnos para centrarse en el presente. Actualmente, la historia de la arquitectura, vuelve a estudiarse en las escuelas de arquitectura, pero los arquitectos casi nunca se refieren a ella una vez que han empezado a trabajar. Es como si los arquitectos hubieran adoptado la postura de Gropius acerca de la historia, pero sin sus ideas progresistas.
Por contra, en la citada entrevista del 10 de abril, Peter Eisenman (Newark, Nueva Jersey, EE.UU., 1932) recuerda su paso por el estudio de Gropius:
Cuando trabajé para Gropius en los años cincuenta, su estudio era el mejor sitio para ir. Al nivel de Mies van der Rohe. Había posibilidades. Pero nuestro trabajo era anodino. No eran los trabajadores, era el espíritu. Todo era banal, no había nada inspirador. Gropius no tenía visión. Eso me hizo dudar. Me planteé si Gropius habría sido siempre así. Y concluí que nunca tuvo interés en nada más allá de su propio ego.
El motivo por el que enfrento hoy estas dos opiniones tiene una doble intención. La primera, quizá mezquina, afrontar la entrada de hoy. La segunda, de naturaleza más personal, comenzar a elaborar mi propia teoría sobre un asunto que hace algún tiempo me ha empezado a apasionar: el brusco enfrentamiento entre la tradición y la vanguardia. O lo que es lo mismo, potenciar los valores del edificio antiguo (entre ellos, el propio paso del tiempo y su huella) sin renunciar a un discurso contemporáneo, preindrustrializado, ligero y conmovedor. Aprovechar la atmósfera intrínseca del contenedor que recibimos para producir una pieza reciclada y si podemos, quizá poética y siempre conceptual.
Luis Cercós (LC-Architects)
http://www.lc-architects.com/
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