El 11 de febrero de 2013
se inaugurará el mirador que corona el rascacielos más alto de Europa. El edificio
londinense diseñado por el arquitecto Renzo Piano, es mucho más que un record
de altura, 310 metros. Entre cosas cuestiones implica una apuesta por
densificar y revalorizar el centro de las ciudades frente a la posibilidad de
crecer por la periferia. El promotor, Irvine Sellar, tras abandonar el colegio
con 16 años para trabajar en la tienda de su padre, se hizo millonario con una
idea: pasar de vender ropa en los mercadillos a hacerlo en Carnaby Street. Para
levantar la mayor torre de Europa (hasta que sea superada por la torre Mercury
de Moscú) tuvo también una idea aparentemente obvia y sencilla: pasar del tren
(medio de transporte colectivo) a la mesa de trabajo en muy pocos minutos. Eso
no dependía de la forma del edificio, sino simplemente de su ubicación en la
ciudad, junto a la estación de London Brigde, que combinando metro (subte) y
tren de cercanías introduce en hora punta, 150.000 pasajeros –datos del
ayuntamiento londinense-. La ciudad reduce contaminación, ruido y miles de
coches circulando absurdamente por sus calles.
La fachada de vidrio,
de tres capas para evitar el exceso de soleamiento y la fuga de calor, permite
el paso de la luz natural. El cristal es un punto fuerte en la sostenibilidad
del inmueble, también las placas fotovoltaicas, que reducen en un 45% las
emisiones derivadas del consumo energético. También el hecho de que el 20% del
acero empleado en la estructura sea reciclado.
Pero donde realmente
radica la sostenibilidad del inmueble es en su aparcamiento: es prácticamente inexistente.
La torre, de 87 pisos, solo tiene 48 plazas de garaje. Las 12.000 personas que
trabajen allí, solo tendrán una alternativa, pasar del tren o del metro hasta
los puestos de trabajo en cuestión de minutos.
Renzo Piano no
defiende la construcción en altura, aunque sea el diseñador de este edificio y
de otro en Corea del Sur, el Triple One, que doblará la altura de La Astilla, pero “sí por densificar el centro de las ciudades. Es insostenible seguir
construyendo en la periferia. Si las ciudades no ponen un límite, dedicaremos
gran parte de nuestra vida a los traslados y perderemos para siempre la relación
con la naturaleza”.
Fuente: El País Semanal, nº 1895, 20 enero 2013, págs. 34 a 39.