Este blog que escribo es mi única relación con las redes sociales. Tuve página en facebook, pero era adictiva para mí, peligrosamente obsesiva, y me borré. Nunca tuve twitter. Pero disfruto escribiendo aquí y cubro con este espacio la vieja atracción que algunos seres humanos tienen/tenemos por los diarios, ya sean de viajes, ya sean simplemente un relato de lo que ocurre cada día. Releo lo que escribí, lo que pensaba, y a veces ya no estoy de acuerdo conmigo mismo, pero no importa, parece que sigo creciendo.
A pesar de que no tengo nostalgia de España -si, por supuesto, nostalgia de gente que quiero allí, en una fila que encabezan mis dos hijas mayores-, cada vez que aterrizo en Buenos Aires devoro El País (siempre lo digo: es fácil comprar El País en San Telmo, no tanto en otros lugares de América Latina). Este periódico es, para mí, por encima de sus muchos defectos, el mejor diario que yo puedo leer (ojalá yo hubiera sido tocado con el don de lenguas, pero solo puedo leer de forma consecuente lo escrito en el idioma que aprendí de mi madre. Sí, estoy tentado de seguir estudiando inglés, o francés, o portugués, pero hace tiempo que decidí dedicar ese valioso tiempo a seguir estudiando sobre mi profesión y manejar cada día un mejor y más mestizo español).
Cada vez me interesan menos -poco, muy poco- las noticias nacionales, por lo que una gran parte del diario, solo me sirve para entretenerme pasando sus páginas. Pero en muchas de esas páginas impresas aparecen personajes que admiro. Uno de ellos, ya he hablado en otras ocasiones de él, es Fernando Savater. Me encantan sus artículos, "despierta y lee". Ayer, 29 de octubre, otra perla, "dar caña" (como el mismo recordaba, "en otra época, dar leña, o dar cera). Es decir, agredir. Mucha gente agrede en esta época crispada. Y reflexiona así el filósofo:
"No me resulta fácil comprender por qué este tipo de vociferantes despierta tan morboso deleite en personas que en otros asuntos prácticos de la vida atienden argumentos y no a iracundos rebuznos. Siempre me he resistido a creer -aunque no faltan pruebas que la abonan- en la teoría que expuso Enrique Lynch en un artículo hace bastantes años: que los españoles sentimos una suerte de veneración por los energúmenos. ...
Hay también una explicación ética del asunto. El sutil filósofo alemán Odo Marquard ha explicado la diferencia entre tener conciencia moral o convertirse en conciencia moral. Tener conciencia moral es algo que desasosiega y obliga a una permanente autocrítica: en cierta forma, tener conciencia es siempre tener mala conciencia.".
Fernando Savater. Siempre, un maestro.