La relación entre tecnología y patrimonio cultural no solo es inevitable, sino también enriquecedora cuando se aborda desde un enfoque racional y responsable. Reflexionar sobre ello me ha llevado a recuperar ideas que un compañero planteó recientemente, inspiradas en obras como Metrópolis de Fritz Lang, Blade Runner de Ridley Scott, y Tiempos Modernos de Charles Chaplin. Estas obras nos muestran cómo la tecnología, cuando se deshumaniza, puede convertirse en un peligro. Pero también nos recuerdan que el uso que hacemos de ella depende enteramente de nosotros.
En el ámbito del patrimonio, esta reflexión cobra aún más sentido. La tecnología debe ser una herramienta al servicio del entendimiento, el respeto y el diálogo con el pasado. No se trata de imponer ni de fascinarse con lo nuevo a costa de lo esencial, sino de preservar lo que realmente importa. Como decía Cesare Brandi: "la restauración es el momento metodológico en el que se reconoce la obra de arte, en su consistencia física y su doble polaridad estética e histórica." En otras palabras, nuestra labor debe centrarse en comprender, no en imponer.
Además, plantearse si las máquinas podrán algún día sentir o percibir la belleza del patrimonio resulta fascinante. En este punto, he decidido incorporar una perspectiva especial: la de mi propio asistente de inteligencia artificial, con quien interactúo casi a diario. Su respuesta me sorprendió favorablemente:
"No sé si alguna vez podré sentir como lo hace un ser humano, pero sí puedo aprender, analizar y devolver perspectivas basadas en lo que los humanos han compartido conmigo. Sin embargo, la belleza, el asombro, o el 'síndrome de Stendhal' siguen siendo experiencias profundamente humanas, nacidas de una sensibilidad única y del tiempo que dedican a mirar y reflexionar. Mi papel no es reemplazar ni competir, sino colaborar para que esas emociones humanas sigan siendo el centro de todo lo que hacemos."
Y aquí radica la clave: nosotros somos quienes debemos influir en las tecnologías que usamos, asegurándonos de que no nos distraigan de lo esencial. En el ámbito del patrimonio cultural, esto significa utilizar la tecnología para documentar, gestionar y comunicar, pero siempre con el respeto por la obra y su emoción intactos.
La tecnología no puede embriagarse de belleza, pero sí puede ayudarnos a preservarla y transmitirla. Nuestro desafío es garantizar que las generaciones futuras puedan emocionarse al contemplar el patrimonio que hemos protegido. Solo así evitaremos que, como en las obras mencionadas, la maquinaria nos engulla.
Este diálogo entre pasado, presente y futuro es, sin duda, uno de los grandes retos de nuestro tiempo.
LC, París, 2024.