Pasábamos de refilón el domingo 22 de noviembre de 2009 (http://lc-architects.blogspot.com/2009/11/el-lapiz-del-carpintero.html) por el hecho de recordar la fecha de 1794 como la de los orígenes legislativos de la conservación de monumentos en un intento de detener el vandalismo revolucionario que destruyó en su totalidad o en parte multitud de monumentos franceses (entre ellos la abadía de Cluny, las catedrales de Cambrai y de Chartres, la iglesia de Saint Jean-des-Vignes en Soisson, la Sainte-Chapelle de Dijon, el palacio de Versalles o la fortaleza parisina de la Bastilla).
Sin embargo sería Italia la que toma conciencia, más allá de la simple norma de protección que impide la continuidad de actos vandálicos, de la necesidad de intervenir sobre importantes construcciones del ayer para detener su lento pero irreversible camino hacia la desaparición o el colapso.
En este sentido la profesora, arquitecta e historiadora de la restauración Susana Mora (de quien hablaremos más detenidamente otro día) nos recuerda que la primera norma teórica escrita no fue redactada por expertos o arquitectos, sino por el Papa León XIII (1823-1829) quien a propósito de la reconstrucción de San Pedro de Roma ordena que “ninguna innovación debe introducirse ni en las formas ni en las proporciones, ni en los ornamentos del edificio resultante, si no es para excluir aquellos elementos que en un tiempo posterior a su construcción fueron introducidos por capricho de la época siguiente”, propugnando una unidad de estilo que elude enfrentarse ante el hecho irrebatible de que un monumento no es, en la mayoría de las veces, fruto de un único momento histórico, artístico y/o estilístico.
El espíritu de las palabras de León XIII caló intuitivamente en los arquitectos de la época más allá de la aparente unidad de estilo que preconizaban y comenzó a gestarse en Italia una embrionaria manera de intervenir que hoy denominamos restauro archeologico, que en la actualidad goza todavía de cierta vigencia al reducir la restauración a un criterio de intervención mínima de consolidación basada en el conocimiento previo y profundo del monumento. Esta manera de posicionarse, si bien elude el restablecimiento de la unidad arquitectónica y espacial de una obra arquitectónica, no es menos cierto que evita reproducir fantásticamente formas, decoraciones y volúmenes desaparecidos.
O lo que es lo mismo, no se puede falsificar lo que no se pretende reconstruir. Principio que entra en profunda colisión con las afirmaciones, realizadas por Próspero Merimée al acceder al cargo, a partir de 1835, de Inspector General de Monumentos de Francia: "Cuando las trazas del antiguo edificio inicial han desaparecido, la decisión más juiciosa es que deben copiarse motivos análogos de un edificio de la misma época o de la misma provincia”.
Pero asumir estas palabras, hoy afortunada y mayoritariamente denostadas, implicarían aceptar que una copia hecha fielmente adquiere automáticamente los mismos valores que el original del que procede.
Las fotografías que ilustran esta entrada fueron publicadas por el diario EL PAÍS el día 4 de diciembre de 2009. Representan a Charlie Chaplin y Buster Keaton en dos fotografías inéditas procedentes del material editado en 2 documentales de la filmoteca de Bolonia (Italia) que se pueden adquirir en http://www.cinetecadibologna.it/ (Alla ricerca di Buster Keaton y Alla ricerca di Charlie Chaplin).
“La diferencia entre Keaton y Chaplin es la diferencia entre prosa y poesía, entre el aristócrata y el vagabundo, entre la excentricidad y el misticismo. Entre el hombre como máquina y el hombre como ángel”. Bernardo Bertolucci, Los soñadores, 2003