Motivos lúdico-laborales me han llevado esta semana a Barcelona y aunque últimamente llegaba a esa ciudad por tren, en esta ocasión lo hemos hecho volando. Escuché una vez al arquitecto Salvador Pérez Arroyo elogiar las horas de espera en los aeropuerto, mágicos momentos en los que, debidamente abastecido de revistas, se olvidaba de todo lo demás y se dedicaba a buscar imágenes que posteriormente inspirasen sus proyectos, sus clases y sus conferencias.
Leí también una entrevista a los arquitectos Emilio Tuñón y Luis Moreno Mansilla en la reconocían que el hecho de dar conferencias en diferentes lugares del mundo les permitía huir de lo cotidiano y reflexionar más. Detenerse y pensar.
Volar ya no tiene ningún glamour, pero hay que reconocer que los aeropuertos son edificios singulares: apátridas, poliglotas y multiculturales.
Y allí, entre la T4 del aeropuerto de Madrid-Barajas (2006, premio Stirling de Arquitectura 2006, Richard Rogers y Estudio Lamela Arquitectos) y la T1 del aeropuerto de Barcelona (Ricard Boffil Taller de Arquitectura), me dispuse a leer todos los periódicos del día y un buen montón de revistas. La edición española de Esquire de septiembre fue una de ellas. En su página 58 hacía una entrevista a Ricardo Boffill con una presentación que me arrancó una sonrisa: Arquitecto y urbanista (no tiene el premio Pritzker, ni le interesa).
Me propusieron terminar la Sagrada Familia hace muchos años, pero decliné la oferta. Creo que es de una incultura enorme querer concluir este proyecto. No se puede finalizar la obra de un artista. Si Velázquez hubiera dejado un cuadro sin acabar, a nadie se le ocurriría terminarlo. Pasa lo mismo en arquitectura. Es un error cultural de Cataluña. Gaudí es un genio insólito, inimitable. Es distinto a los demás porque fue un artesano que llegó a ser artista. Él no repetía nunca dos cosas en sus edificios; las ventanas, las columnas, las puertas … todo era distinto en él. No lo hacía por capricho sino en virtud de unas leyes geométricas y matemáticas, un sistema estructural que él mismo se inventó.
El viernes estuve en la Sagrada Familia y ya no existe el edificio que Gaudí dejo inacabado. El interior de la iglesia está prácticamente terminado y admito que el resultado es pirotécnicamente agradable. Pero no homenajea ni ensalza a Gaudí, simplemente lo enmascara y falsifica.
Una pena.