Lo que más me impresionó de mi
primera experiencia sexual compartida fue comprobar que su perfume había
también impregnado mi piel.
Aquella noche antes de acostarme
me duché. Y no porque me disgustase el olor de aquella mujer sino porque yo era
todavía muy joven, vivía en casa de mis padres y las sábanas de mi cama no se
cambiaban solas, ni las cambiaba yo.
Creo recordar que aquella noche,
mientras me duchaba, cuando me secaba, al meterme en la cama y mientras dormía,
fui feliz.
Al despertar busqué en mi cuerpo
el olor de ella para comprobar que aquella noche fue de verdad y entonces me
entristeció el hecho de haber borrado la evidencia por temor a ser descubierto.
O quizá es que aquella
experiencia nunca existió y todo fue, como otras veces, simplemente un sueño.
Luis Cercós
Pasando el Ecuador, Madrid, 2007