La restauración, en la medida en que es también una actividad científica, consiste también en aplicar de forma razonable los avances y conocimientos alcanzados en otras ramas de la ciencia o del saber. Resulta, como en todo, que la distancia creciente e insalvable entre el científico y el restaurador, ha llevado también al desarrollo de manifestaciones críticas que discuten la pertinencia del conocimiento científico en el tratamiento de objetos (las obras de arte) de altísimo contenido intangible o inmaterial.
domingo, 9 de febrero de 2014
Restauración Científica y Pos-Científica
Hablando de intervenciones arquitectónicas sobre
arquitectura preexistente, el calificativo “científico” pudiera evocar en el
lector dos acepciones muy distintas, en ocasiones antagónicas.
Por un lado, desde un punto de vista exclusivamente
teórico, la restauración científica nos situaría en la línea argumental e
intelectual de restauradores históricos como Camillo Boito (Roma, 1836-Milán,
1914), Gustavo Giovannoni (Roma, 1873-1947) o el español Leopoldo Torres Balbás
(Madrid, 1888-1960), padres todos ellos de una metodología conceptual que basó
sus fundamentos (finales del siglo XIX, principios del XX, pero aún vigentes)
en la diferencia notable entre lo “nuevo” y lo “antiguo”, en el doble valor
de los monumentos como obras de arte y como documentos, en el carácter
arqueológico de algunas intervenciones (esto resulta evidente en las
intervenciones de Torres Balbás en la Alhambra y el Generalife de Granada y en
la Alcazaba de Málaga, durante el período 1923-1936), y en la preferencia de
los trabajos de consolidación y conservación sobre el enorme impacto que en
muchas ocasiones causan obras de restauración más ambiciosas, agresivas y
complejas: intervención
mínima y reversibilidad.
Pero también pudiéramos hablar, y lo hacemos cada
vez más en estas primeras décadas del siglo XXI, de planteamientos científicos
alejados de criterios mayoritariamente filosóficos, basados casi exclusivamente
en el intento de alcanzar restauraciones objetivamente reversibles, irrebatibles, bien
proyectadas y bien ejecutadas, viables en precio y en plazo, de forma no
perjudicial (demostrable) para el bien cultural del que en cada
caso se trate.
Para ello es simplemente necesario comparar con
técnicas y análisis científicos el estado de los materiales antes y después de
la intervención, combinando adecuadamente los avances tecnológicos e incluso
los nuevos materiales con las técnicas tradicionales de construcción. Todo al
objeto de conocer el grado de inalterabilidad y economía de unos y otros
procedimientos. Nos encontramos pues en el inicio de una etapa de aplicaciones
técnicas y tecnológicas que abren, en la restauración y reparación de edificios
antiguos, un abanico enorme de posibilidades a desarrollar.
No
se trata sólo de intervenir sobre monumentos importantes de reconocido valor
oficial y con valores artísticos o históricos consensuados, sino también sobre
muchos otros edificios de carácter patrimonial que también pudieran ser objeto
de protección y conservación.
El reconocimiento de una obra de arte como tal se
produce de forma intuitiva y será la base para cualquier intervención futura
sobre ella. Previamente habremos de examinar la obra desde dos puntos de vista:
la eficacia de la imagen que transmite es decir (si podemos disfrutar de ella)
y el estado de conservación de los materiales que la constituyen. Con esta metodología se plantea una investigación
de carácter filosófico-científico cuyo objetivo final será determinar la
autenticidad con que la imagen ha sido transmitida hasta nosotros y el estado
de consistencia de la materia que la sostiene.
Cesare
Brandi, consecuente con lo anterior, definía la Restauración como el momento
metodológico del reconocimiento de la obra de arte como tal, porque más allá de
ese punto cualquier restauración sería arbitraria e injustificable
económicamente (hablando exclusivamente, por supuesto, en aras de un interés
general). La única objeción válida que se le podría hacer a esto es que no se
reconociese el "derecho" de la obra de arte a sobrevivir (ha ocurrido
en muchos momentos de la historia humana, generalmente por motivos políticos,
ajenos a estrictas valoraciones artísticas). Algo así como asumir la
responsabilidad de un técnico sobre el que recae la última decisión de demoler
o no un edificio histórico previo razonable y razonado expediente de ruina.
Supongamos que un grupo de expertos negara el valor
universal de una obra arquitectónica. Automáticamente estarían eliminando el
problema de su restauración desde el principio: si no hay obra de arte no puede
haber restauración, sino otra cosa: desde su demolición hasta cualquier otra
modificación imaginable de su esencia. No en vano Cesare Brandi basó su
definición de “Restauración” en el momento mismo en que la obre de arte se
manifiesta en la conciencia de cada uno. De esta revelación deriva una
reflexión en la que la Restauración tiene su origen, su justificación y su
necesidad.
El
primer paso de
la investigación (conocimiento, reflexión) será determinar las condiciones necesarias para el disfrute
de la obra como imagen y como hecho histórico -ya que la obra de arte se define
en primer lugar por su doble polaridad estética e histórica-. Como la obra
de arte se define en segundo lugar por la materia de que consta, el
segundo paso será investigar el estado de consistencia de estos materiales, y
por último las condiciones ambientales que permiten, hacen precaria, o amenazan
su conservación.
La restauración, en la medida en que es también una actividad científica, consiste también en aplicar de forma razonable los avances y conocimientos alcanzados en otras ramas de la ciencia o del saber. Resulta, como en todo, que la distancia creciente e insalvable entre el científico y el restaurador, ha llevado también al desarrollo de manifestaciones críticas que discuten la pertinencia del conocimiento científico en el tratamiento de objetos (las obras de arte) de altísimo contenido intangible o inmaterial.
La restauración, en la medida en que es también una actividad científica, consiste también en aplicar de forma razonable los avances y conocimientos alcanzados en otras ramas de la ciencia o del saber. Resulta, como en todo, que la distancia creciente e insalvable entre el científico y el restaurador, ha llevado también al desarrollo de manifestaciones críticas que discuten la pertinencia del conocimiento científico en el tratamiento de objetos (las obras de arte) de altísimo contenido intangible o inmaterial.
A
la vista de ello, se pudiera discutir de la eficacia de las aplicaciones de la
ciencia en la restauración y de su escasa utilidad real. Pero es innegable,
bajo parámetros exclusivamente económicos, que en “restauración de
arquitectura” y sobre todo cuando actuamos sobre un patrimonio “menor”, en
muchas veces debemos sacrificar “una parte” para salvar “el todo”.
O
lo que es lo mismo, ser capaces de dar a los propietarios, promotores y
mandantes, una solución razonable al problema objetivo que tienen los edificios
antiguos: su mantenimiento, su reciclaje y una adecuada y periódica renovación.
Añadamos
a todo ello una quinta variante, el diseño mismo de la propuesta, pues por algo
somos lo que somos: un estudio de arquitectura especializado claramente en
algunas disciplinas arquitectónicas. Una de ellas, la “restauración de
arquitectura”, que como siempre decimos, es “arquitectura”.
Luis Cercós
Buenos Aires, Argentina
Santiago, Chile