lunes, 11 de junio de 2018

Au revoir les enfants



He encontrado este par de fotos en internet. Son fotografías de mi colegio, "los Salesianos de Atocha". Entré a esos patios por primera vez allá por 1974. Franco moriría un año después y Carrero Blanco fue asesinado por ETA en diciembre del año anterior. Y allí estuve hasta junio de 1981, el año del intento de golpe de Estado del Teniente Coronel Tejero. Disfruté allí de las amistades de la infancia, del placer del estudio, de las buenas notas y de los primeros suspensos de mi vida. Aún recuerdo los nombres de algunos de mis profesores y las caras de los que ya no sabría nombrar. Don Crescencio, Don Faustino Martín, ... pero por encima de todos ellos, Don Manolo (Don Manuel Sánchez) que fue durante todos esos años mi entrenador de voleibol. Nunca le he olvidado: "ir a darla, para no darla, para que el otro no la dé". Esa era la frase con la que nos martilleaba cuando le quitábamos la recepción de un balón a otro jugador en mejor posición que la nuestra. Algo así como ser en la cancha "el perro del hortelano, que ni comía, ni dejaba comer". Don Manuel era profesor de Artes Gráficas. Pero sobre todo era entrenador de volei. En los recreos, en los entrenamientos, en los partidos, siempre de pie, viendo el juego. Y en los ratos libres, era también el utillero, la persona que compraba los uniformes, la persona que cortaba y cosía los números y los escudos en las camisetas.

En esas aulas estudié, una vez terminada la Educación General Básica, la profesión de Delineante, mi primera profesión, mi primer contacto con la Construcción y con el Dibujo.

Me parece increíble, pero recuerdo como si aún existiera mi mesa de dibujo (regalo de mi abuelo, fuimos juntos a comprarla), los paralex, mi viejo tecnígrafo, mi colección de escuadras y de cartabones (siempre Faber & Castell), las plantillas y los cangrejos de rotular, las tramas Letraset, los portaminas, compases, tiralíneas, el olor de la tinta china, la cuchilla de papel y una cicatriz en mi mano izquierda, el papel Gvarro, el papel de croquis, el papel vegetal, el papel poliester, las copias heliográficas, la cuchilla de afeitar para borrar las líneas mal trazadas, una marca de tinta en uno de mis dedos que nunca se ha borrado (recuerdo de haberme clavado la punta de un Rotring cuando lo estaba limpiando)

Recuerdo también la nota manuscrita de un profesor en uno de mis trabajos escolares:

"Cercós, cuando se dibuja no se come chocolate".

Escribo esto y las lágrimas saltan a mis ojos. He tenido una vida profesional feliz y todo comenzó, allá por 1979, 40 años ya, con un estuche de estilógrafos Staedler que mi padre me regaló unos meses antes de elegir la que siempre ha sido mi vocación: "construir y restaurar edificios": Las noches en vela dibujando, la geometría descriptiva, la topografía, el cálculo y el algebra, los materiales de construcción, los tratados de arquitectura, las dudas, las esperanzas, la chica de la papelería de la calle del Ferrocarril, ... Tempus fugit, Carpe Diem.

En cierto modo, me siento un poco, uno de los últimos samurais, un fin de raza, ... los jóvenes compañeros hace mucho años que dejaron ya de utilizar las viejas espadas, las viejas reglas, aquellas batas blancas que nos poníamos para dibujar, nuestra viejas armaduras.

Luis Cercós
Restaurador de Arquitectura


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