En los Estados Unidos se suspendieron la mayoría de los proyectos urbanos de gran escala y las torres de sofisticados departamentos. ¿Es el comienzo de una industria de la construcción más social, dedicada a escuelas, parques, puentes y viviendas económicas?
¿Quién podría haber sabido, hace unos años atrás, que nos acercábamos al fin de una de las eras más delirantes la historia de la arquitectura moderna ? Y más aún; ¿Quién habría podido predecir que este bruco giro, debido a la mayor crisis económica del último medio siglo, sería recibido en algunos reducidos círculos con un culposo sentimiento de alivio?
Jacques Herzog. 40 Bond Street, el último gran lujo. Antes del actual cataclismo financiero la profesión parecía encontrarse en medio de un renacimiento general, Arquitectos como Rem Koolhas, Zaha Hadid, Frank Gehry, Jaques Herzog y Pierre de Meuron, considerados alguna vez demasiado radicales para el gusto medio. Eran admirados y celebrados como importantes figuras culturales. Y no sólo por instituciones culturales de alto nivel sino también por los urbanistas, un grupo que alguna vez había desdeñado a esos talentos de la arquitectura, que en ese entonces eran para ellos apenas unos individuos frívolos y pretenciosos.
Empresas como Forest City Rarner and Related Companies (FCRC), que habían trabajado exclusivamente con corporaciones más adeptas al manejo de enormes presupuestos que a la innovación arquitectónica, se apoderaron de los arquitectos más creativos del mundo como parte de una astuta estrategia de negocios.
Renzo Piano. Su proyecto para el Whitney en duda. El prestigio de cada uno de esos profesionales no sólo conquistaba a los consumidores informados sino también persuadía a los consejos directivos que planificaban grandes desarrollos y que ante la mención de sus meros nombres accedían a financiar proyectos urbanos de gran escala, como el Atlantic Yards, de Brooklyn (un estadio de baloncesto y un complejo residencial y de oficinas) diseñado por el canadiense Frank Gehry.
Pero en algún momento esa fantasía tomó un rumbo erróneo. Se multiplicaban los encargos para construir torres residenciales de lujo, refinadas boutiques y sedes de grandes corporaciones en ciudades como Londres, Tokio y Dubái. Mientras que los proyectos con alguna conciencia social rara vez se materializaban. Los programas de construcción de viviendas accesibles para trabajadores desaparecieron de las agendas de los gobiernos. Y también desparecieron las escuelas, los hospitales. Las obras de infraestructura pública. La arquitectura sería empezó a parecer un servicio para los ricos, como los jets privados y los tratamientos en un carísimo spa.
Norman Foster. Perdió su oportunidad frente a Herzog y De Meuron. En ningún lugar, ese cóctel venenoso de vanidad y autoengaño fue más visible que en Manhattan. A pesar de que se encargaron algunos importantes proyectos culturales, es muy probable que esta era que termina sea recordada por su vulgaridad y ambición.
Parecí que todos los mejores arquitectos del mundo estaban diseñando algún complejo residencial exclusivo en Manhattan. El edficio de viviendas de lujo de la calle Bond Street número 40, con su compleja barrera de faux-graffiti (falsos graffiti) fue diseñada por el estudio de los suizos Herzog y De Meuron, que fue un de los más indulgentes. Sin embargo, el trabajo de Herzog y De Meuron tuvo muchos rivales, entre ellos algunos proyectos de Daniel Libeskind, UNStudio, Koolhaas y Norman Foster.
En conjunto, estos y otros proyectos asimilares amenazaban con transformar la línea del horizonte de Manhattan en un tapiz de codicia individual.
Frank Gehry. Todavía resiste su proyecto para Brooklyn. Ahora la burbuja de la tecnología punta ha estallado y es muy poco probable que se rehaga dentro de poco tiempo. La construcción de la torre de departamentos de vivienda de 75 pisos proyectada por el francés Jean Nouvel y que estaría situada junto al MoMa ha sido postergada indefinidamente. Y los urbanistas y constructores ahora se muestran reacios a realizar proyectos como este.
Aunque la economía se recuperara, la tolerancia del público por la exhibición de una arquitectura de dimensiones desmesuradas que está al servicio de los ricos y egocéntricos ya se ha agotado hace mucho tiempo.
Pero esta no es totalmente una buena noticia. Mucha maravillosa arquitectura está siendo descartada junto con la mala arquitectura. Aunque la mayor parte de la torre de Nouvel junto al MoMa hubiera estado dedicada a departamentos de lujo, también hubiera permitido que el museo ampliara significativamente su espacio de exposición. Y además, habría sido una de las más espectaculares adiciones a la línea de horizonte de Manhattan, desde que se construyó el Chrysler Building (William Van Allen, 1930).
Jean Nouvel. Pronóstico reservado para su torre junto al MoMA. Talentos sin Ocupación
Los estudios de arquitectura, por su parte, sufren como todo el mundo. Con tantos proyectos postergados y tan pocos en ejecución, muchos ya han empezado a despedir empleados. Es probable que los arquitectos menos conocidos, que han completado recientemente sus carreras, se desplacen hacía profesiones más seguras, lo que presagiaría que en el futuro próximo habría una cartera de talentos mucho menor.
Sin embargo, si la recesión no termina con la profesión, en el largo plazo tal vez veamos algunos efectos positivos para nuestra arquitectura. El presidente electo de EEUU, Barack Obama, ha prometido invertir fuertes sumas en infraestructura: escuelas, parques, puentes y viviendas financiada por el gobierno. Por eso también se posible que un importante viraje de nuestros creativos pueda estar ya al alcance de nuestras manos. Si una gran cantidad de talentos arquitectónicos de primer nivel están a punto de quedarse sin ocupación ¿por qué no enrolarlos para que diseñen los proyectos que más importancia tiene? A pesar de todo ese es mi sueño.
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