martes, 22 de marzo de 2011

Entrevista a Alejandro Aravena, Arquitecto.

Debo reconocer que no soy un lector de “Vivienda y Decoración”, pero en virtud de una buena recomendación (de Berndt Sielfeld) me di el trabajo de leer y agregar a esta bitácora esta entrevista, quizás la más seria vista en años. En tiempos en que el oficio de arquitecto ha declinado en función del mercado globalizado, aparece una crítica directa desde el mismo Star-System Chilensis a la inercia cultural y la irrelevancia de la arquitectura actual de moda, al tiempo que ejemplifica una posibilidad esperanzadora de  lograr ser un arquitecto de verdad.
“Soy ejemplo de que la meritocracia funciona”
Alejandro Aravena
Profesor de Harvard, ganador del León de Venecia y, a partir de este año, uno de los siete jurados del Premio Pritzker se crió en la austeridad de una familia de clase media y sin conocidos que le auspiciaran sus primeras obras. Ajeno al “club de Chile”, como llama al mundo de las relaciones sociales, sus temas son la innovación, Elemental y el desarrollo de vivienda básica. Pero también la construcción de grandes edificios en el mundo, en los que aplica su filosofía: lograr objetivos con el mínimo de recursos y fanfarria. Aquí, un extracto de la entrevista que concedió para el libro “Retratos de Innovadores”, de la periodista Paula Escobar Chavarría. 
Su oficina, en el piso 25 de la Torre Santa María, exuda modernidad, minimalismo, juventud, onda. Alto, con el pelo perfectamente mal cortado, 41 años, el arquitecto chileno más destacado de su generación, ganador del León de Venecia y jurado del premio Pritzker, lanza una frase para el bronce: “La innovación es good for the ego, bad for business” y se ríe. Al contrario de lo cool que aparece en las fotos puede ser incluso tímido. No le gusta hablar de su vida personal (sólo cuenta que está casado con una brasilera, y que tiene un hijo y dos hijas), y pone él mismo los matices de lo que significa ser considerado uno de los arquitectos más revolucionarios del momento a nivel global. De hecho, lo seleccionaron para un libro con 60 innovadores de todo el mundo, por su trabajo como director ejecutivo de Elemental, oficina de arquitectura que se ha hecho famosa y reputada como diseñadora de viviendas sociales, en primer lugar, pero también por su aproximación diferente y no sensacionalista a la arquitectura en general.
Podría decirse que lo suyo no es el minimalismo, sino exactamente lo contrario: el maximalismo. Hacer lo máximo con lo mínimo, desde una casa en una población hasta un resort de lujo o una universidad en Estados Unidos. Lograr los objetivos con el mínimo uso de recursos y fanfarria, a través de un diseño esencial, elemental. Y, siempre, buscando que ese proyecto represente la respuesta a una pregunta nueva.
La capacidad de hibernar
Alejandro Aravena pertenece a una familia que representa a la perfección una especie de carácter de Chile, como él lo llama: “Suficientemente pobre para no poder hacer cualquier cosa, pero tampoco tanto como para no poder pensar un problema en términos de sus posibilidades”.
-No era evidente que yo podría tener oportunidades. No estoy hablando de una situación dramática, sino de la clase media chilena típica, padres profesores, ni mucho ni muy poco. Pude estudiar en un colegio particular porque ellos hacían clases ahí, entonces estaba medio becado. El primero básico, de hecho, lo hice en una escuela con número. Y si hubiera seguido ahí, probablemente nunca hubiera llegado a la universidad. Pero llegué y me gané la matrícula de honor que, de nuevo, nos permitió pagar la mitad de la matrícula. Entonces hay una cierta austeridad en cómo fui criado, no fue una historia de superación, así como de libro, sino de saber funcionar con carga. No sabría explicarlo, pero es como le toca al chileno medio vivir: no tan apremiado pero tampoco holgado, y eso me parece perfecto para cualquier entrenamiento. Cualquier obra o cualquier proyecto que uno emprende no es full posibilidades; tampoco es resolver el problema de sobrevivencia; está en una cuestión intermedia.
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-De mucha perseverancia. ¿Cómo la trabajas?
-En Elemental ha pasado de todo. Y en la perseverancia uno desarrolla una cierta capacidad de hibernar, de bajar los latidos, de vivir con muy poco. En verdad, uno necesita bien poco para vivir y lo pasa bastante bien con poco-, dice y sonríe mientras mira por la ventana y muestra su barrio y su casa, pocas cuadras más allá, en Pedro de Valdivia norte.
“Yo vivo ahí, veo mi casa desde aquí, eso significa que puedo caminar o irme en bicicleta; desde que termino de trabajar y estoy en casa con mi familia, hay un minuto. No necesito mucho más que eso. Probablemente la casa que tenemos no es una súper casa, es normal, y podríamos tener una en otro lado, pero me perdería el lujo de estar a un minuto y almorzar ahí todos los días, de ir a buscar a mis hijos al colegio, levantarlos y acostarlos. Esa capacidad de hibernación y el saber donde están tus lujos de verdad, te da libertad”.
Por otro lado, asegura que aprender a pensar con restricciones es una virtud, pues ellas le sacan lo innecesario a los problemas.
-Esto tiene que ver con el nombre de Elemental. Vivienda social es lo que haces cuando no te queda otra, en cambio, un proyecto Elemental es contestar con lo que viene al caso. Es algo que haces independiente de la plata que tengas. Ahora estamos haciendo varios proyectos con presupuestos gigantescos y aun así nos gustaría hacerlos con este espíritu.
-¿Con tanto reconocimiento hay que controlar el ego?
-Creo que tenemos suficientemente problemas reales como para que eso no pase… En serio, nos cuesta un montón cerrar contratos, si no tendríamos una vida súper relajada. Cuesta mucho que te contraten, o a mitad de camino te tratan de fregar con el proyecto, ahí tienes que pelear mucho para explicar por qué tiene sentido que tú estés trabajando ahí. Nosotros podríamos echarle la culpa al mundo por eso, pero preferimos ver qué estamos haciendo mal. Yo prefiero mirarlo así, porque entonces es algo perfectible por uno mismo. Y eso te recuerda a diario que no eres tan bueno, si no, sería más fácil la cosa.
-¿Absorbe mucho tiempo tanta actividad? ¿Cómo lo administras?
-Nunca voy a cócteles, nunca estoy en ninguna reunión social donde eventualmente habría que estar para tener contactos. Jamás voy a nada donde se supone que hay que estar; no sólo no me interesa, sino que, además, encuentro que puede hacer que te pierdas. Yo quiero ganar horas profesionales para invertirlas en los problemas mismos y lograr que además eso sea compatible con la vida corriente. Para mí esas no son preocupaciones filosóficas ni globales, son súper diarias… Para empezar, cómo hago para administrar los viajes porque, aparte de Elemental, no tengo ningún proyecto en Chile.
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-¿Por qué?
-Quizás es una mezcla de cosas, yo no pertenezco al club de Chile, claramente…
-Pero tu nombre y Elemental son muy reconocidos.
-Sí, pero en todos los países hay clubes, donde el tipo que tiene las lucas ve algo que le gusta y en vez de averiguar quién lo hizo para encargarle un proyecto, se junta con el que era de su curso y le dice “mira, quiero algo como eso”.
-Desde esa lógica, falta mucho para que avance la meritocracia en Chile…
-Falta pero, por otro lado, yo mismo soy ejemplo de que la meritocracia funciona. Si no, no tendría una carrera. No tengo ningún contacto para haber hecho algún edificio con amigos míos o con parientes que hayan tenido plata para hacerse una casa; de hecho, nadie de mi entorno familiar ha tenido plata para hacerse una casa… O sea, la meritocracia funciona y quizás más en las instituciones que a nivel privado, pero no está mal.
Recuerda el primer edificio que hizo en el extranjero, para la Universidad de Texas en Austin. “Uno podría reclamar de los gringos un montón de cuestiones, pero allá la meritocracia funciona: están dispuesto a contratar un sudaca que no ha construido en su vida fuera de su país. Yo no sé si en Chile estaríamos dispuestos a contratar a un peruano y pasarle un proyecto de 40 millones de dólares”.
No es alternativa fracasar”
-¿Por qué dices que la innovación es mala para el negocio?
-No puede haber nada peor que promocionarse como innovador si quieres tener una oficina que sea más que un caso interesante de estudio, si quieres ser alguien que influye realmente en cómo se construye el planeta, ser mainstream y no una especie de periferia interesante…
-¿No se supone que hoy todos quieren innovar?
-En general, el mundo es súper conservador y apenas se escucha la palabra innovador, piensan: qué bueno, pero ¿por qué debo ser yo el que se coma el costo de hacer una cuestión distinta?
-¿Y cómo agregan valor a su producto, entonces?
-Los mercados son conservadores, especialmente la agricultura y la construcción, porque todos los incentivos están puestos al que se mueve segundo. Si tú estás en esos rubros y quieres hacer una cosa distinta, tienes que invertir solo. Si te resulta, no tienes cómo proteger tu innovación y te pueden copiar sin ningún costo. Y si no te resulta, te comes solito toda la inversión fracasada. Entonces, todos los empresarios que están ahí, van a esperar que alguien haga un producto distinto para copiárselo.
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-¿Eso le pasa a gente como tú?
-Sí. Vamos a conferencias increíbles como innovadores, pero en la práctica nos cuesta muchísimo cerrar contratos para hacer viviendas. Si ser innovador fuera bueno, ¿por qué el Ministerio no transforma las innovaciones en una política pública? Las familias reciben el subsidio de vivienda una pura vez en la vida, ¡qué van a querer estar experimentado con la única oportunidad que tienen para agarrarse de algo que los saque de la pobreza! No es una alternativa para nosotros fracasar. Individualmente yo feliz de equivocarme, pero no puedo darme ese lujo con la oportunidad de una familia. O lo hago bien a la primera y para siempre o no tengo posibilidad de hacerlo de nuevo.
-Con todo esto en contra, ¿qué estrategia has usado para hacer tu trabajo? Elemental ha sido exitosa no sólo en vivienda social sino en proyectos para Vitra, viñas en Europa, universidades en Estados Unidos…
-Mientras más estemos en la categoría de innovador más resistencia, y tenemos que formatear nuestro trabajo a un discurso que no resulte amenazante. Como decir: mira, esto es lo mismo de siempre. Y ahí baja la resistencia y el miedo. En Londres mostré una diapositiva con una casa Elemental y dije: esto es la misma caseta sanitaria de los 70, sólo que de dos pisos y puesta al frente del lote. Y exactamente ésa es toda la diferencia. Entonces la gente dice “ah ya, es lo mismo, entonces, vamos”.
-¿Ves la innovación como opción u obligación?
-Lo importante es identificar si se está frente a una pregunta nueva porque de ser así, la innovación no es una opción sino una consecuencia. Las preguntas que normalmente enfrentamos lo son, y por eso mismo, la respuesta debe ser nueva.
Pone como ejemplo, cómo hacer una vivienda social cuando la plata no alcanza y “el mercado sólo sabe hacer la misma casa de siempre pero jibarizada”.
-Nosotros dijimos: “mira, la plata alcanza para 40 metros cuadrados. ¿Por qué no pensar que ellos, en vez de una casa chica, son la mitad de una casa buena?”. Ese cambio en la formulación del problema, es una pregunta nueva, un cambio de paradigma. Si se puede contestar con el conocimiento disponible, perfecto, y, eventualmente o se hace medio sola o la derivamos y le decimos al cliente que le sale más barato hacerlo con otros arquitectos. Pero si en realidad no hay cómo resolver esta cuestión, nos metemos nosotros.
-¿Cómo sigue el proceso?
-Esa es la otra parte: esto significa tiempo y ese tiempo tiene que pagarlo alguien. Como tienes entre manos una pregunta nueva, tendremos que invertir costos profesionales de magnitud. Por eso Elemental es una sociedad anónima y un for profit (con fines de lucro). Es un for profit con interés social, porque sólo si es con fines de lucro es sustentable. Eso declara que aquí hay horas profesionales invertidas que hacen la diferencia. De hecho, la diferencia no está en las lucas que tengas para producir una casa, si no en pagar horas profesionales para pensar mejor. Hay una cadena profesional de calidad y vamos a querer que nos paguen bien porque abordamos una pregunta difícil. No somos héroes ni mejores ni moralmente superiores ni especialmente humanitarios, sino un grupo de profesionales que tiene por delante una tarea difícil y relevante.
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-¿Les resulta que les paguen ese trabajo innovador?
-Tenemos la maldición de que nos gusta lo que hacemos. Maldición porque como no estás dispuesto a hacer cualquier cosa en tu trabajo, le vas a meter cantidades de horas para que la cosa te quede buena, independiente que haya un contrato firmado que te obligue a hacerlo. Y dado que hacer algo de calidad está muy por sobre lo que el mercado normalmente está dispuesto a pagar, uno está en una posición súper desfavorable de negociación. Y el mundo es muy despiadado, en general no está preparado para pagar servicios así, no le importa, porque para la mayoría de la gente el trabajo es simplemente una manera de ganarse la vida.
-¿Cómo apareció tu vocación por el tema social?
-La vivienda social no es a lo único que me dedico y llegué bastante tarde a ella. De hecho, fue cuando me invitaron a hacer clases a Harvard. Me dio algo así como “vergüenza propia” estar en una comida donde empezaron a hablar de política habitacional y yo miraba cómo la pelota pasaba por delante de mí sin que yo pudiera decir nada… Además si te invitan a hacer clases, ¿qué puedes decir en Harvard que no sea ridículo? O sea, viniendo desde Chile, ¿voy a hablar de edificios corporativos de última generación, por ejemplo, cuando están haciendo clases al lado mío los tipos que inventan la tecnología para hacer rascacielos? Entonces, pensé: ¿qué es la única cosa que sabemos en Chile que acá no saben? Escasez. Y, de hecho, mi taller tenía como tema la vivienda de emergencia pero se llamaba Otherwiseness, en referencia a que el peor vicio de la arquitectura es que siempre las cosas pueden ser de una manera o de otra, otherwise. A mí me parecía que trabajar en vivienda de emergencia, hace que no haya tiempo ni plata para que las cosas sean como uno prefiere, sino como tienen que ser.
La era de las ciudades
El momento específico desde el que Aravena plantea su trabajo, es el Urban Age, la edad urbana. Así como hubo una edad del bronce o de piedra, nos tocó, según el arquitecto, vivir la edad de las ciudades; ésa es en la que habitamos, para bien o para mal. “Cruzamos recién el umbral de tener más gente viviendo en ellas que en el campo y eso, en principio, es una buena noticia porque la ciudad es el invento más eficiente que hemos hecho para mejorar calidad de vida en la gente. La ciudad tiene una doble condición: es un vehículo eficiente para crear riqueza y también un atajo para alcanzar la equidad”.
-¿Por qué?
-En la ciudad es donde más puedes mejorar la calidad de vida de la gente más pobre. En los indicadores de cualquier ámbito que te interese medir, la ciudad lo ha venido haciendo mejor que el campo desde siempre. Por lo tanto, mientras más gente se mueva hacia las ciudades, mejor. El problema es que acabamos de cruzar el umbral en que este proceso de migración va a hacer una explosión enorme, y no hay conocimiento suficiente para contestar la pregunta de cómo hacer ciudades a la velocidad y la escala que se necesita.
”Esta es una pregunta nueva”, dice, y se nota que ahí está su pasión, lo que lo mueve y gatilla sus ambiciones y pasiones. El camino no transitado.
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-¿Por qué los grandes nombres de la arquitectura no están preocupados de la pregunta difícil?
-La arquitectura es una disciplina que viene del mundo del arte y, como tal, tiende a creer que para ser creativo y tener altura de vuelo debe poder hacer lo que quiera. A partir de los años 70 hay una especie de camino que se bifurca. Por un lado están los arquitectos que piden fuero para ser creativos, para ser genios. La sociedad eventualmente se los da y en ese momento la disciplina se transforma en autorreferente y hace cosas que sólo les interesan a otros arquitectos. El precio que paga esta aproximación es la irrelevancia. Siendo súper duro, la cultura y el arte en general, son irrelevantes. Si se quema un Museo de Bellas Artes, o cualquier museo del mundo, no pasa nada. Pero si se cae un edificio muere gente; si no respondes al problema de vivienda tienes un conflicto social y político serio. La arquitectura como arte o como cultura, está en el ámbito de la irrelevancia.
-¿Cuál es el camino para una arquitectura relevante, entonces?
-El otro sendero fue el de aquellos que decidieron dedicarse a problemas duros e importantes para la sociedad. El precio que se pagó fue abandonar el proyecto, tomar el lápiz y arriesgar el salto al vacío que significa proponer y hacer las cosas. Se transformaron en consultores de organismos internacionales, economistas urbanos, lo que Ítalo Calvino llama expertos, que es un tipo de determinado campo que te sabe decir todo lo que no hay que hacer. El desafío ahora es cómo ocuparse de un tema que le interesa a la sociedad en general, como la segregación, la pobreza, el desarrollo. Me parece estratégico estar metido ahí, y para eso tienes que aceptar restricciones y haber sido educado en la idea de que las restricciones forman parte de la creatividad.
-¿Sin límites no hay creatividad?
-Las restricciones son el mejor lenguaje común que puedes tener con la realidad, y en la enseñanza de la arquitectura tiende a quedar afuera, porque te mata la creatividad, suponen. Los ingenieros, en cambio, no tienen ningún problema con las restricciones. Es como entrenarse jugando fútbol con Uruguay: saben que es con patadas.
-¿Dónde quisieras estar en unos años más?
-Sé, más bien, donde no quiero estar: no quiero transformar esto en una gran corporación que haga las cosas de una manera distraída y se estandarice.
-¿Y en lo personal?
-Darme el lujo de hacer pocas cosas pero muy bien pagadas para tener tiempo, el bien más escaso. La pregunta difícil es cómo administrar el propio potencial, cómo no farrearse los propios logros -cuestión que en general lleva a vidas miserablemente exitosas-, y cómo equilibrar eso con una vida simple, con una vida que para tener sentido sólo puede estar en el presente, pero que por lo mismo puede estancarse y tener como única ambición una cierta comodidad.
Artículo e imagen de Revista “Vivienda y Decoración” de El Mercurio