lunes, 15 de diciembre de 2025
Cien años de soledad y la restauración de monumentos.
Siempre he pensado que Cien años de soledad no es solo una novela sobre el tiempo, la memoria o la repetición, sino también una magnífica metáfora de la restauración del patrimonio.
En Macondo no existe un “estado original” al que regresar. Cada generación recibe un mundo ya alterado, transformado por el paso del tiempo, por los errores, por las ruinas, por los olvidos y por las intervenciones anteriores. Exactamente igual que ocurre con un monumento histórico.
En restauración hablamos a menudo de “recuperar” o “volver a”, como si existiera un punto cero verificable. Pero el edificio que recibimos es siempre el resultado de una acumulación: decisiones cultas, usos populares, guerras, abandonos, restauraciones bienintencionadas y otras no tanto. Pretender aislar una capa y declararla auténtica es, en el fondo, una ficción.
Restaurar no es borrar la historia para imponer una imagen idealizada, sino aceptar la complejidad del objeto recibido, leerlo críticamente y actuar con responsabilidad contemporánea. Como en la novela de García Márquez, el tiempo no avanza en línea recta: se pliega, se superpone y deja huellas.
Tal vez por eso la restauración sea, ante todo, un ejercicio intelectual antes que técnico. Una disciplina que exige más reflexión que certezas, más lectura que gestos, y una profunda humildad frente a lo heredado.
Porque, al final, no restauramos monumentos: intervenimos en memorias acumuladas.
LC, París, diciembre 2025.
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