jueves, 18 de diciembre de 2025

Pompeya

 


Quiero aprovechar esta publicacion de hoy de mi querido amigo Alvaro Planchuelo, arquitecto, erudito de la arqueología, restaurador de arquitectura como yo, compañero de estudios, viajero admirado por mí. Una publicación y una frase "Pompeya, la ciudad romana mejor conservada del mundo", que me han inspirado hoy este texto.

Pompeya encarna una de las paradojas más fecundas del patrimonio: su destrucción fue, al mismo tiempo, su salvación. La ciudad no se conservó a pesar de la catástrofe, sino gracias a ella. La ceniza y el lapilli, agentes de aniquilación, actuaron también como un velo protector, suspendiendo el tiempo y fijando un instante de vida cotidiana con una precisión imposible de reproducir por voluntad humana.

No es solo una ciudad romana excepcionalmente conservada; es un lugar, como Herculano: un depósito de memoria involuntaria. Frente a la ruina romántica, fruto del abandono, Pompeya pertenece a otra categoría: la del testimonio interrumpido, la del tiempo coagulado.

De esta interrupción nace una disciplina. El redescubrimiento de Pompeya y Herculano en el siglo XVIII no solo transforma la arqueología, sino que contribuye decisivamente a la constitución de la historia del arte moderna. La Antigüedad deja de ser una idea transmitida por textos y se convierte en experiencia material.

Como recordó Alois Riegl, el valor de antigüedad nace de la huella del tiempo, no de la perfección; y Cesare Brandi nos enseñó que restaurar no es volver a un estado original inexistente, sino asumir críticamente la historia material del objeto.

Pompeya nos obliga así a pensar la pervivencia más que la permanencia. A aceptar que el patrimonio vive de discontinuidades y pérdidas que, paradójicamente, lo hacen visible. La destrucción no es siempre el final del sentido: a veces es su condición de posibilidad.

Luis Cercos, París, diciembre 2025.

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