A veces entramos en casas en las que el techo se nos cae encima. Algo allí nos aprisiona. Nos queremos marchar.
En otras, por el contrario, aún en el más frio invierno, sentimos que el sol nos calienta y que la luz nos inunda.
Cuando entramos en el hogar de alguien estamos entrando en el más íntimo de sus mundos. ¿Cómo es posible entonces tener la osadía de diseñar o intervenir en la casa de alguien que no conoces? La experiencia te ayuda a salir airoso de esos encargos pero curiosamente la historia de la arquitectura la han ido formando casas que los arquitectos hicieron para sí mismos, para sus padres o incluso para sus amantes. Y esas sí que les salieron bien.
Cualquiera de nosotros puede tener una casa hermosa pero transformar ese espacio en un hogar no siempre está al alcance de todos. Porque volar es eso. Ya lo dije en el primer párrafo: sentirnos bien.
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