miércoles, 20 de agosto de 2014
Calladas
Fotografía: Familia arribando a Buenos Aires. ¿Finales del siglo XIX, principios del XX?
Me encanta hojear las páginas de viejos diarios que guardé por algún motivo y detenerme de pronto en textos que no advertí en la primera visión. Hoy, por ejemplo, en la contratapa de El País del 11 de junio de 2014 (no hace mucho tiempo) hay una columna maravillosa de Leila Guerrero, en homenaje a sus abuelas. No puedo evitar transcribir algunas de sus palabras:
Mi abuela materna era una mujer pequeña y cándida. cuando el presentador del noticiero decía "Buenas noches", ello lo saludaba: "Buenas noches, hijo". Viajó sola, a los doce años, para encontrase en América con un padre al que quiso con un amor devocional, el mismo que sentía por sus nietos. Nos acariciaba la cabeza, nos decía "mi vida, mi alma".
Mi abuela paterna era alta y delgada. Tenía un hermoso rostro de mujer. Usaba zapatones de varón, faldas oscuras. Para saludarme, me daba un beso en la coronilla y me decía: ¿Qué tal, mi vieja?. En las noches de invierno me leía historietas, libros, el Struwwelpeter que traducía del alemán. ... Jamás me dijo que me quería. Hacia el final de su vida estuvo enferma algunos años, que yo pase´esperando el llamado que me anunciaría su muerte. Antes de que eso sucediera, la visité en la clínica. Dormía; le toqué un brazo. Era como papel de arroz aquella piel que, hasta entonces, yo sólo había mirado, sin tocarla. Cuando vaciamos su casa encontré unas libretas escritas en alemán. Hay una sola nota en castellano, y habla de mí. La austeridad, su magnética hermosura.