lunes, 18 de agosto de 2014

¿Por qué?


No puedo afirmar que la foto sea actual, o que sea efectivamente en Gaza. Pero la página de donde la he sacado dice que sí. En cualquier caso, la niña es real y sus heridas también. Durante las 4 primeras semanas del nuevo episodio de guerra en Gaza murieron 1867 palestinos (427 niños) y 67 israelíes (64 militares y 3 civiles). Por los números, no me parece una guerra equilibrada. Tampoco creo que sea una guerra justa ni proporcionada. ¿Quién tiene la culpa? Bajo mi punto de vista: un fanatismo que puede estar acompañado de muchos adjetivos. Ponga usted el que quiera a continuación. Entre todos ellos, uno de ellos será mencionado mucho, muchísimo más, que cualquier otro. Fanatismo religioso. De uno y de otro bando.

Mientras tanto, por cada niño inocente (los niños son inocentes, eso está fuera de cualquier absurda discusión adulta) que resulta herido o muerto, la guerra y el odio entre dos pueblos se enquista cada vez más. No hay solución lamentablemente. No hay solución.

La guerra tecnológica actual permite seleccionar objetivos. Escribo la frase anterior y se me ponen los pelos de punta. Pero es cierta. En ese caso: ¿cómo es posible que sigan estallando en escuelas y hospitales? Niños destrozados y madres llorando sin consuelo posible. Esas explosiones son un acto criminal. Y tienen por autor un Gobierno.

Sí, lo sé. Los terroristas también colocan bombas de forma indiscriminada. Pero ellos, lo dice su nombre, son terroristas. Quiero decir: no es lo mismo.

Los autores materiales e intelectuales de estas muertes infinitas (pues son para siempre), indiscriminadas (no seleccionan) y absurdas (a estas alturas del tercer milenio -sirva aquí la cronología cristiana para recordar lo lejos que deberían estar cruzadas y guerras medievales) no deberían vivir en paz con su conciencia. Yo, al menos, los maldigo. Una maldición, en cualquier caso, indiferente pues no conseguirá devolver la vida ni la inocencia a nadie.

Cada niño que muere, agrava el conflicto y lo eterniza, pues genera un odio tal que no tendrá cura en muchos años. Un cataclismo interminable en una cadena permanente de actos terroristas y enfrentamientos armados.

La única solución es la negociación. Y en ella, con generosidad, todas las partes deberán perder. La violencia genera violencia. La violencia genera violencia. La violencia genera violencia. La violencia genera violencia, ... y así indefinidamente.

¿Qué opina el pueblo israelí?, ¿está a favor de la política militar de su Gobierno?, ¿cómo es posible que no entiendan que Israel, aunque gane todas las guerras, será cada vez más débil y vulnerable?

Me gustaría visitar algún día Jerusalén. Fundamentalmente por motivos profesionales y culturales. Oí hablar de ese lugar  desde que tengo uso de razón. Pero si algún día cruzo sus murallas, juro ante ese Dios que dice haber elegido allí levantar su Templo más memorable, juro ante Él digo, que dejaré fuera mis creencia religiosas, o antireligiosas, o areligiosas. Y le escribiré en un papelito que introduciré en las juntas entre los sillares del muro una pregunta que quiero que me responda: ¿Por qué?

El conflicto palestino, en cualquier caso, debilita la visión que de Israel tiene el mundo. Lo que en otro tiempo se pensó, ya no se piensa. Yo, al menos, ya no pienso que Israel sea un lugar democrático.

Quizá algún día las instituciones internacionales se animen a intervenir. Lo que está pasando allí, tiene que comenzar a detenerse.