lunes, 10 de mayo de 2010
Fidípides de Atenas
En estos días en que todos nuestros políticos reiteran que no somos Grecia permitidme a mí que intente presumir, o al menos añorar, ser todo lo contrario.
Hace unos años leí un modesto libro del profesor de arqueología clásica Valerio Massimo Manfredi, de la Universidad de Milán. No recuerdo el título, pero no se trataba de un libro de historia sino de una amena novela bien documentada. Sin pretensiones. Me gustaron unos párrafos de aquella historia y los transcribí a mi ordenador con idea de leérselos algún día a mis hijos. Hoy, cuando los griegos sufren un país en bancarrota, es hora de sacarla del fondo de mi baúl. Porque en cierto modo, ¿dé que sirve este blog si no es para que quizá algún día lo lean mis hijos?
Un día, hace ya muchos años un jovencísimo pastor ilota vio llegar por el camino de Argos, alguien que corría solo bajo el sol, en dirección a Esparta. El corredor llevaba un hatillo atado a los hombros y un puñal en la cintura y la corta túnica que apenas le llegaba a la ingle indicaba que se trataba de un guerrero.
De cerca, aquel hombre semidesnudo tenía un cuerpo formidable: los brazos robustos, el pecho ancho, las piernas largas.
Al llegar junto al muchacho el guerrero se detuvo y junto a una fuente recogió agua, se lavó la cara, los brazos y las piernas.
- ¿Está lejos Esparta?
- No mucho; si sigues corriendo como hasta ahora, llegarás dentro de poco.
- Veo que me has observado. ¿Me espiabas acaso?
- Oh, no, me encontraba allá arriba con mis ovejas y por casualidad te vi correr por el camino. Nunca había visto a nadie correr un trecho tan largo. Entonces, ¿no quieres decirme quién eres ni de dónde vienes?
- Claro que sí, muchacho, soy Fidípides de Atenas, vencedor de la última Olimpiada y vengo a pedir ayuda a los reyes de Esparta. Hombres nacidos en las tierras donde nace el sol han desembarcado en el continente. Son numerosos como las langostas y han acampado en la playa, a poco más de doscientos estadios de Atenas, en un lugar llamado Maratón.
Cumplida su embajada, Fidípides regresó junto a sus compañeros. Y combatió en Maratón.
Y el profesor Manfredi nos sigue contando que al terminar la batalla, los persas derrotados alcanzaron la flota para intentar un golpe de mano contra el puerto de Falero, pues lo creían desguarnecido, pero el comandante ateniense envió a Fidípides, el campeón, a anunciar la victoria y a dar la alarma a los defensores de la ciudad.
Y Fidípides recorrió sin parar doscientos cincuenta estadios desde Maratón a Atenas, después de combatir toda la mañana en primera línea; un esfuerzo espantoso que le costó la vida. Consiguió transmitir su mensaje y después se desplomó, súbitamente, muerto de fatiga.
Y en eso están miles, millones de griegos, millones de europeos, millones de personas, intentando combatir cada mañana en primera línea y por eso yo, modestamente, quiero ser como ellos.
Luis Cercós (LC-Architects)
http://www.lc-architects.com/
Hace unos años leí un modesto libro del profesor de arqueología clásica Valerio Massimo Manfredi, de la Universidad de Milán. No recuerdo el título, pero no se trataba de un libro de historia sino de una amena novela bien documentada. Sin pretensiones. Me gustaron unos párrafos de aquella historia y los transcribí a mi ordenador con idea de leérselos algún día a mis hijos. Hoy, cuando los griegos sufren un país en bancarrota, es hora de sacarla del fondo de mi baúl. Porque en cierto modo, ¿dé que sirve este blog si no es para que quizá algún día lo lean mis hijos?
Un día, hace ya muchos años un jovencísimo pastor ilota vio llegar por el camino de Argos, alguien que corría solo bajo el sol, en dirección a Esparta. El corredor llevaba un hatillo atado a los hombros y un puñal en la cintura y la corta túnica que apenas le llegaba a la ingle indicaba que se trataba de un guerrero.
De cerca, aquel hombre semidesnudo tenía un cuerpo formidable: los brazos robustos, el pecho ancho, las piernas largas.
Al llegar junto al muchacho el guerrero se detuvo y junto a una fuente recogió agua, se lavó la cara, los brazos y las piernas.
- ¿Está lejos Esparta?
- No mucho; si sigues corriendo como hasta ahora, llegarás dentro de poco.
- Veo que me has observado. ¿Me espiabas acaso?
- Oh, no, me encontraba allá arriba con mis ovejas y por casualidad te vi correr por el camino. Nunca había visto a nadie correr un trecho tan largo. Entonces, ¿no quieres decirme quién eres ni de dónde vienes?
- Claro que sí, muchacho, soy Fidípides de Atenas, vencedor de la última Olimpiada y vengo a pedir ayuda a los reyes de Esparta. Hombres nacidos en las tierras donde nace el sol han desembarcado en el continente. Son numerosos como las langostas y han acampado en la playa, a poco más de doscientos estadios de Atenas, en un lugar llamado Maratón.
Cumplida su embajada, Fidípides regresó junto a sus compañeros. Y combatió en Maratón.
Y el profesor Manfredi nos sigue contando que al terminar la batalla, los persas derrotados alcanzaron la flota para intentar un golpe de mano contra el puerto de Falero, pues lo creían desguarnecido, pero el comandante ateniense envió a Fidípides, el campeón, a anunciar la victoria y a dar la alarma a los defensores de la ciudad.
Y Fidípides recorrió sin parar doscientos cincuenta estadios desde Maratón a Atenas, después de combatir toda la mañana en primera línea; un esfuerzo espantoso que le costó la vida. Consiguió transmitir su mensaje y después se desplomó, súbitamente, muerto de fatiga.
Y en eso están miles, millones de griegos, millones de europeos, millones de personas, intentando combatir cada mañana en primera línea y por eso yo, modestamente, quiero ser como ellos.
Luis Cercós (LC-Architects)
http://www.lc-architects.com/
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