Lo recordaba ayer otro chileno, el escritor Carlos Franz, en el artículo de opinión Doscientos años de soledad (EL PAÍS, 21 de mayo de 2010, opinión, pág. 33).
sábado, 22 de mayo de 2010
Nuevas ciudades del mundo (2): latinoamérica expatriada
Como la mayoría de los españoles educados en España, tenía la equivocada tendencia a confundir palabras aparentemente sinónimas: sudamérica, hispanoamérica, iberoamérica, latinoamérica. Conceptos que en realidad no sólo significan cosas distintas sino que en ocasiones sirven para defender postulados políticos clara y tangencialmente enfrentados.
Mi mujer nació allá y mi hija pequeña también y durante 2008 visité América Central y del Sur en 14 ocasiones distintas a un ritmo de más de una vez al mes. En 2009 la crisis económica profundizó y en 2010 hay días en las que tengo problemas hasta para pagar la gasolina de los viajes que tengo que hacer para visitar las obras que tengo en diferentes regiones de España.
Viene al caso todo esto de una realidad y un circulo vicioso que afecta a multitud de personas: dificultades económicas, necesidad de emigrar, choque cultural, discriminación racial, posicionamiento ideológico, discurso político.
El concepto de América Latina nació en París el 22 de junio de 1856 cuando ante algo más de 30 exiliados latinoamericanos el chileno Francisco Bilbao (liberal, revolucionario, excomulgado, proscrito) pronunció su discurso Iniciativa de la América. Idea de un congreso federal de las repúblicas.
Lo recordaba ayer otro chileno, el escritor Carlos Franz, en el artículo de opinión Doscientos años de soledad (EL PAÍS, 21 de mayo de 2010, opinión, pág. 33).
Aquella treintena triste de latinoamericanos expatriados en París, hoy se ha transformado en decenas de millones repartidos por el mundo. Por ejemplo, en España. Donde ya hay un millón y medio de iberoamericanos descubriendo lo parecido que somos. Mexicanos, colombianos, argentinos, ecuatorianos o chilenos se encuentran y se reconocen, más similares que distintos, en los rigores del destierro. En la fila de inmigración o en la del desempleo. En el bar de hombres solos, rabiando celos. En las plazas donde las empleadas domésticas vigilan con un ojo a niños ajenos. En los locutorios donde, sobre las celdillas de los teléfonos y los computadores, aprendemos que los problemas de uno no son tan distintos a los del vecino, aunque él esté llamando a Colombia y yo a Chile.
Hay una nueva oportunidad, en esas migraciones del siglo XXI, para el viejo sueño fallido de una América Latina unida. No solo porque nunca antes hubo tantos latinoamericanos reales, en lugares fantasmales. También porque jamás una comunidad de emigrantes mantuvo tanto contacto con sus patrias lejanas.
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