Vivimos en un mundo donde las innovaciones tecnológicas prometen resolver problemas a una velocidad sin precedentes. Sin embargo, surge una pregunta esencial: ¿en qué medida estas tecnologías realmente nos empoderan y en qué medida crean nuevas formas de dependencia?
Autores como Ivan Illich, en su obra La convivialidad, ya advertían sobre los límites de las herramientas tecnológicas y cómo éstas, si no se regulan, pueden esclavizarnos en lugar de liberarnos. Illich propone un concepto clave: las herramientas "conviviales", aquellas que permiten al usuario apropiarse de la tecnología sin quedar subordinado a ella. ¿Estamos perdiendo esta convivencia a favor de tecnologías que determinan nuestras vidas y decisiones?
La filósofa contemporánea Byung-Chul Han, en La sociedad del cansancio, añade otra capa al debate. Según él, el exceso de innovación tecnológica genera una hiperactividad que lleva al agotamiento, convirtiendo al ser humano en una suerte de máquina productiva más dentro de un sistema.
En el ámbito del patrimonio cultural, este neocolonialismo tecnológico se manifiesta, por ejemplo, en cómo dependemos de software propietario o plataformas digitales externas para documentar, restaurar y compartir nuestro legado. ¿Es posible escapar de esta dependencia y encontrar una forma más equilibrada de integrar la tecnología en nuestras vidas y profesiones?
Os invito a reflexionar juntos:
- ¿Cómo podemos distinguir entre el uso positivo de la tecnología y la dependencia nociva?
- ¿Qué ejemplos cotidianos conocéis donde la tecnología ha reemplazado habilidades humanas esenciales?
- ¿Qué alternativas existen para recuperar la autonomía en la era de la hiperconectividad?
Cierro con una cita de Simone Weil, quien nos insta a pensar en la tecnología como un medio, no un fin: “La libertad no consiste en tener muchas opciones, sino en ser capaz de actuar con conocimiento y propósito”.
LC, Paris, 2024
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