“Cuando uno va por la calle y observa cómo ha caído una casa entre paredes medianeras y queda al descubierto la referencia de la vida que hubo, recuerden aquel inventario, de los olores, los sabores. Cuando aparecen a ambos lados, en las dos medianerías esos colores azules, rosados, verdes, que nos están indicando formas de vida, y tienen huellas todavía de los fantasmas familiares todavía vivos, donde se encuentran los desconchados aquellos, a la vista del público, de los que Leonardo decía que no hay pintor que pueda emularlos. Cuando vemos esas paredes, al caer el edificio, que nos están delatando que allí estuvo el amor, allí estuvo la vida, allí estuvo la muerte, tientan, poco pudor, los demoladores, que por lo menos debieran cubrirlas, porque están exhibiendo las vergüenzas de la ciudad a la vista del público. Digo yo que no hay un espectáculo más desolador que ver esas paredes medianeras, ya no medianeras, porque penetran al interior de las casas, donde aparecen las huellas de la vida, de la peculiaridad y de la intimidad. Se dice todavía en los libros de arquitectura y urbanismo que el tejido urbano es orgánico, y claro que lo es, y lo orgánico significa vivo. Destruir el tejido de la ciudad es ir cortando como en arqueología, como en historia, pero más grave todavía, porque ese tejido es vivo, porque entre pared medianera y medianera está la vida. Es ir cercenando, destruyendo, la vida”.
Santiago Amón, Poética de la Ciudad
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